En este tiempo de epidemia y riesgo de contagio he repasado algunas historias de santos, y les confieso que me he quedado aterrado…
San Damián de Veuster eligió ir a vivir a la isla de Molokai, donde eran arrojados todos los enfermos de lepra para evitar que contagiasen al resto de la población. El P. Damián se instaló allí con el fin de ayudarles espiritualmente, ofrecerles los sacramentos y conseguir que murieran con la dignidad de hijos de Dios y no como animales arrojados a la basura. Notable imprudencia, porque terminó contagiándose de la lepra y murió a causa de esta enfermedad…
San Maximiliano Mª Kolbe se encontraba hospitalizado por neumonía. Durante la noche una enferma del pabellón de mujeres agonizaba y pedía los últimos sacramentos; al no haber otro sacerdote, el P. Kolbe decidió ir, a pesar de que tenía que cruzar un campo a cielo abierto, con nieve y temperatura bajo cero… Y no escarmentó, porque años más tarde, internado en el campo de concentración de Austwich, sustituyó en el bunker de la muerte a otro prisionero que había sido elegido para esa muerte tan cruel. Grave imprudencia, porque san Maximiliano podría haber seguido predicando y haciendo el bien una vez terminada la guerra…
San Luis Gonzaga, novicio jesuita, a los diecisiete años perdió su vida atendiendo en Roma a los enfermos de cólera. Imprudencia imperdonable, pues le esperaba un futuro prometedor, como misionero, o como teólogo…
El también jesuita beato Miguel Agustín Pro, en la revolución mexicana arriesgó demasiado, pues continuó ejerciendo su ministerio de manera clandestina, confesando y celebrando la misa para los católicos perseguidos. Imprudencia clamorosa, pues finalmente le detuvieron y fue fusilado…
Y en la misma dirección san Carlos Borromeo, santa Francisca Romana, santa Teresa de Calcuta… Una lista interminable.
Discúlpenme, pero prefiero apuntarme a las «imprudencias» de los santos que a la falsa prudencia de quien quiere salvar su pellejo por encima de todo. «Quien quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda su vida por Mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,35).
Julio Alonso Ampuero