Estamos todos inmersos en una realidad que nos desborda, la pandemia del coronavirus. Mira uno el mapamundi y constata que el contagio es universal, y además de manera vertiginosa. No da tiempo a reaccionar, y para cuando se reacciona, ya es tarde. Por eso, sean cuales sean nuestros gobernantes, tengo para ellos una gran comprensión, porque es asunto que nos desborda a todos. Creo que es momento de aportar cada uno lo que tiene sin echar en cara al otro lo que falta. Culpas tendremos todos, miramos al futuro y nos echamos una mano para salir de esta crisis
Creo que este es uno de los efectos positivos de la pandemia. Nos ha unido a todos. Y este es un valor que hay que resaltar y cultivar. Al mismo tiempo, nos hace humildes. No tenemos en nuestras manos la solución rápida, ni siquiera en los plazos que se calculan. Si algo tiene esta crisis es que no sabemos cuánto durará ni qué efectos traerá, además de que para muchos será el final de sus días en la tierra. Es cierto que la sociedad en su conjunto superará esta prueba, pero también es cierto que para muchas personas concretas supondrá el final de su vida en la tierra. Y a eso hemos de prepararnos todos, en la esperanza del cielo que nos aguarda.
En el fondo estamos ante el misterio del sufrimiento y de la muerte, una cuestión que nos toca a todos antes o después. En este momento nos afecta a todos muy de cerca. Y sobre esta cuestión Dios nos ha hablado mucho a lo largo de la historia. En su Hijo Jesucristo nos lo ha dicho todo, y nos lo ha dicho no simplemente con palabras o con mensajes de video o de móvil, que en estos días tanto abundan. Nos lo ha dicho sin palabras, en la vida terrena de su Hijo Jesucristo y sobre todo en su muerte de cruz. Ese misterio profundo que se prolonga en la Eucaristía, que se actualiza para nosotros cada día.
Miremos al Crucifijo, miremos a Cristo crucificado. Tenemos a nuestro alcance tantas imágenes preciosas, y es porque los artistas han tocado este misterio del dolor y de la muerte y lo han plasmado bellamente en sus obras de arte. La cuaresma nos invita a esta mirada continua. Y nuestra amiga Santa Teresa de Jesús a una consulta que le hacen sus monjas, responde con varias explicaciones y termina diciendo: Tan solo os pido que le miréis (C 28).
En Cristo crucificado contemplamos que a Dios le importa mucho, muchísimo nuestro dolor. Dios no pasa de largo ante el sufrimiento humano, Dios no es indiferente a esta cuestión humana. Dios se ha pillado los dedos en su Hijo Jesucristo. Enviando a su Hijo, lo ha colocado en el trono de la Cruz, para que entendamos cuánto amor nos tiene. «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito,… no para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3,16-17). Ese amor del Padre es secundado por Jesús: «Nadie me quita la vida, sino que yo la entrego libremente» (Jn 10,18).
El Padre entrega a su Hijo por amor, el Hijo se entrega por amor con toda libertad. Y aquí viene un aspecto del misterio que no sabemos explicar: también Judas entrega a Jesús, pero lo hace por odio. En Judas estamos representados todos los pecadores, que hemos colgado a Cristo en la cruz. Este aspecto del misterio hace que el dolor sea horrible, porque el dolor y la muerte son consecuencia del pecado.
Por eso, hemos de entrar más adentro, no quedarnos en la corteza del misterio, para descubrir que en el corazón de Cristo se da un reciclaje de todos nuestros males, de nuestros pecados, de nuestro desamor. El corazón de Cristo no solo actúa con amor, siempre lo ha hecho así. Sino que, además, es capaz de convertir el odio que recibe en amor que devuelve. Son nuestros pecados los que le han colgado en la cruz, pero él desde la cruz, desde su costado abierto devuelve misericordia, sobreabundancia de amor para curar nuestras heridas y hacernos capaces de amar. Eso es devolver bien por mal, pero de una manera radical y efectiva. Todos nosotros somos pecadores, hemos puesto nuestras manos sobre él, y él reacciona amándonos más hasta transformar nuestro corazón y hacernos capaces de amar. Sorprendente respuesta al pecado del mundo, a nuestras ofensas. Aquí está radicalmente la salvación del mundo.
¿Qué podemos hacer en este momento? -Volver a Dios, lo primero de todo. Cuáles son las causas del coronavirus. Yo no lo sé. Pero sí sé que Dios quiere sacar de esta situación mayores bienes para todos, y que a todos nos llama a una solidaridad profunda, la de compartir su cruz y convertirnos en fuente de vida eterna para los demás. ¿Tiene arreglo el mal en el mundo? –Sí, Cristo ha cambiado el curso de la historia con una sobredosis de amor. ¿Podemos contribuir cada uno de nosotros a cambiar el mundo? –Sí, con una gran dosis de solidaridad, de esa solidaridad que brota del corazón de Cristo, que ama, que repara, que rinde un culto agradable al Padre en reparación por los pecados del mundo entero.
«Un corazón contrito y humillado» pedimos al Señor en esta cuaresma, en esta cuarentena. Volvamos a Dios, pidamos unos por otros, y con un corazón nuevo salgamos al encuentro de nuestros hermanos que sufren. Esta puede ser una ocasión de emprender para el mundo entero la civilización del amor, la que viene del corazón de Cristo.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba