A principios de esta semana José Luis Rodríguez Zapatero se despachó con unas declaraciones en las que se quejaba amargamente de las críticas que la Iglesia, en especial su jerarquía, estaba realizando a su política de ingeniería social. Llegó a afirmar que, salvo España, no hay ningún país en el que la Iglesia pretenda tener un protagonismo en el debate público.
De todos es sabido el fervor cuasi-religioso que el presidente del gobierno español tiene por Barack Obama, máximo mandatario de los Estados Unidos de América. Pero aunque son muchas cosas las que les unen, la más grave de todas su interés en promover la cultura de la muerte, es obvio que existen diferencias fundamentales en el talante de ambos.
De la queja amarga con amenzas veladas contra la Iglesia de Zapatero pasamos a la intención de Obama de defender que los obispos católicos le critiquen incluso con un tono apasionado. Lo cual habla mucho de quién es un verdadero demócrata y quién entiende la democracia como el sistema en el que todo el mundo tiene derecho a tener una opinión y a expresarla salvo los obispos.
Cierto que el talante más democrático de Obama no va a impedir que lleve a cabo una política nefasta para la dignidad de la vida humana desde la concepción, pero al menos no hará de plañidera progre porque los obispos cumplan su función. Es impensable ver al presidente de los Estados Unidos abroncando en público al Nuncio de Su Santidad en su país. Eso sólo pasa en la España de ZP. Pero no es de extrañar. Hasta el más izquierdista de los miembros del partido demócrata norteamericano entiende más de democracia que el actual presidente de gobierno español.