La Navidad se aproxima y hace tiempo ya que los magos de oriente, siguiendo la estrella, van camino a Belén para encontrar y adorar al Niño. Le traen oro, incienso y mirra: mirra por ser hombre, incienso por ser Dios y oro por ser rey.
Sí, ese niñito de Belén, ese churumbel al que su madre cargará arropado al calor de su pecho y arrullado por el canto de José es perfecto hombre y perfecto Dios, no siendo dos personas sino una sola: la persona divina del Verbo, del Hijo encarnado. Pero también es perfecto Rey, y para serlo no depende de un trono, ni de un palacio de gobierno, ni de una corte ostentosa. Lo es sin necesidad de nada, y por eso nace en un pesebre porque, como es Dios, simplemente Es.
Pero esto no lo saben todavía los magos y, por tanto, al acercarse al lugar, como buscan a un rey, van al palacio más cercano. Le preguntan a Herodes -cargados de oro, incienso y mirra-, dónde encontrar a este recién nacido, y sabemos que, después de que Herodes se desconcertara pero se mostrara favorable, los magos serían advertidos por sueños de esquivar al ilegítimo rey en su regreso, lo que provocaría la ira de éste y la matanza de los santos inocentes.
Pero, ¿qué fue lo que desconcertó a Herodes y provocó su miedo e ira? ¿La humanidad del Niño por la mirra de los magos? ¿Su divinidad por el incienso? Lo que los magos preguntaron fue: «¿Dónde está el rey de los judíos de acaba de nacer?» Herodes no mandó matar a los santos niños inocentes porque el Mesías fuera hombre o porque fuera Dios: lo quiso matar porque era rey, y eso él no lo podía tolerar, como la inmensísima mayoría de los regentes de hoy, que pretenden establecer su gobierno y su potestad sin aceptar mayor autoridad que sus pasiones o su razón, en el mejor de los casos.
La realeza de Cristo rodea todo el relato evangélico de la vida de Jesús: desde su nacimiento, con Herodes y los magos de oriente; hasta su muerte, con Pilato y la corona de espinas. No existe otro Cristo que Cristo Rey, y todo el que lo quiera ignorar o negar cae, en palabras de San Gregorio Magno, en nada menos que en herejía, cuando dice: «Hay algunos herejes que creen que Jesús es Dios, que creen igualmente que Jesús es hombre, pero que se niegan absolutamente a creer que su reino se extiende por doquier.»
Sí, el crucificado es Rey. Sí, el churumbel es Rey. Sí, su reino se extiende por doquier: desde lo más íntimo del corazón de cada hombre, que no tiene más remedio que rendir pleitesía a su Rey, con quien no podrá evitar encontrarse al final; hasta lo más elevado de las sociedades: en la familia, la escuela, la empresa, el gobierno local, regional, nacional e internacional. Por doquier se extiende el reinado del Niño de Belén, recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre, arrullado con mucho cuidado, que tiene el sueño ligero y no se vaya a despertar.