Acaba de empezar un nuevo curso y los interrogantes sobre el estado de la enseñanza siguen preocupándonos a todos aquéllos que por un motivo u otro tenemos relación con el mundo de la enseñanza.
Personalmente, y dado que he sido en varios Institutos de mi ciudad de Logroño, profesor de Religión y Moral Católica y en mi Seminario Diocesano de Moral Sexual, creo que es lógico que lo que más me preocupe sean las enseñanzas sobre sexualidad que se imparten en la actualidad, tanto más cuanto que en casi todas la Comunidades Autónomas están en vigor leyes en favor de la ideología de género, que opino son claramente anticonstitucionales, aparte de un dislate moral, biológico y científico.
Tengo varios sobrinos biznietos de cinco años o menos. Cada vez que pienso en la Ley Skolae del Parlamento navarro por la que se pretende que los niños de cero a seis años se les enseñen juegos eróticos como forma de «reconocimiento de la sexualidad infantil desde el nacimiento despenalizando el reconocimiento y la vivencia de dicha sexualidad en el ámbito de la escuela y la familia» (página 68), se me ponen los pelos como escarpias. Claro que lo mismo me pasa cuando veo que la ideología de género intenta convencernos que la fornicación es algo bueno o que hay que combatir el matrimonio, la familia y la maternidad. Es evidente que, ante esta enseñanza, los padres han de conocerla, a fin de evitar la corrupción de sus hijos. Cuando oigáis hablar de algo políticamente correcto, atención cuidado que detrás fácilmente hay algo diabólico. Hace unos años leí que el Papa Francisco había elogiado a unos padres que cuando llegaban sus hijos de la escuela les preguntaban qué les habían enseñado por si tenían que hacer una contracatequesis.
Nuestra Constitución, por su parte, en su artículo 27-3 establece que los poderes públicos deben garantizar el derecho de los padres a que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones. En La Rioja lleva trabajando algo menos de un año la Asociación Los Niños son Intocables, de la que formo parte de su junta directiva, cuya principal labor es la lucha contra la imposición de la ideología de género en los colegios.
Ya han sido varias las ocasiones que hemos salido a la calle a manifestarnos denunciando esta situación y en la actualidad está desarrollando una campaña informativa a todos los padres riojanos sobre el Pin Parental, que es un documento que advierte a los Centros de Estudio de que deben informar detalladamente a los padres sobre contenido, objetivos, materiales, fechas, horarios etc., de cada actividad complementaria que se tenga previsto impartir a los alumnos y que afecte directamente a la educación moral de los mismos. Tratamos de poner a disposición de los padres asesoramiento sobre como presentar este documento en los colegios y soluciones a las dificultades con las que se puedan encontrar. Contamos incluso con el apoyo jurídico de Abogados Cristianos por si hubiese que llevar algún caso de vulneración de derechos fundamentales de los padres a los tribunales.
Es decir, el primer educador de los hijos es la Familia, y no el Estado. Y ello es lógico porque la familia y el hogar familiar es el lugar donde el ser humano logra resolver más fácilmente el problema de la afectividad, porque se siente querido y aprende así no sólo a sentirse amado, sino también a amar.
Es evidente que la sexualidad no es un elemento marginal, sino un componente esencial de nuestra personalidad, pero no consiste sólo en unos instintos biológicos, sino que está al servicio de unos valores, especialmente de la afectividad, de la capacidad de amar y procrear y de la aptitud para relacionarnos con los demás.
La sexualidad es como el agua en un país. El agua si sabemos dominarla y encauzarla, construyendo embalses, canales y obras de regadío, es una gran fuente de riqueza. Pero si la dejamos a su aire, tan pronto tendremos grandes inundaciones como sequías, y ocasionará abundantes catástrofes. Pues la castidad es el trabajo que realizamos para integrar nuestra sexualidad en nuestra personalidad, al implicar el aprendizaje del dominio de sí, que es la clave para ser una persona libre, consiguiéndose de este modo la auténtica madurez sexual, que no es algo puramente biológico, sino que tiene en cuenta la dimensión espiritual.
Por ello la castidad supone el vivir la propia sexualidad y el amor de modo adecuado a las condiciones de vida de cada uno, tratando de aprovechar al máximo nuestras fuerzas afectivas y sexuales a fin de lograr nuestro desarrollo y equilibrio personal. No es en consecuencia algo contrario al placer sexual, que no nos olvidemos ha sido creado por Dios y por ello es en sí bueno. En pocas palabras, la castidad protege y desarrolla el amor y supone el dominio de la sexualidad por la recta razón.
Pedro Trevijano, sacerdote