Cada día se alza una voz en torno a la reunión del Papa con los Presidentes de las Conferencias episcopales de todo el mundo, para afrontar el tema de los abusos.
Desde la Salta de prensa del Vaticano han anunciado las preparaciones de la reunión y lo han hecho con estas palabras:
«El Encuentro de febrero sobre la protección de los menores tiene un objetivo concreto: la finalidad es que todos los obispos tengan absolutamente claro lo que se necesita hacer para prevenir y combatir el drama mundial de los abusos a menores.
El Papa Francisco sabe que un problema global se puede enfrentar solamente con una respuesta global.
Sobre las grandes expectativas que se han creado alrededor del Encuentro es importante subrayar que la Iglesia no está en el punto inicial en la lucha contra los abusos.
El Encuentro es la etapa de un camino doloroso pero sin pausa que, con decisión, la Iglesia está recorriendo desde hace más de quince años».
Algunas personas han visto esta penosa situación que está viviendo la Iglesia muy especialmente en Estados Unidos, Chile e Irlanda, y con serias salpicaduras en otros países, como una consecuencia de elitismo y clericalismo vivido por eclesiásticos que, además, manifestaban incapacidad para acercarse al pueblo. De los abusos provocados por esa situación, dicen, que el abuso sexual no es el primero ni más importante. Están antes los abusos de poder y de conciencia.
¿Tienen razón? Tengo mis dudas
La gran mayoría de los sacerdotes no son elitistas y mucho menos clericales. Saben que, como tales, no tienen ningún poder en la sociedad, y los que se echan en su corazón la responsabilidad de guiar conciencias, saben muy bien que tienen delante hombres y mujeres muy amantes de la libertad, y lo que esperan de ellos es que les ayuden a encauzar ese caminar en conciencia hacia la verdadera luz de la Verdad: hacía Cristo Nuestro Señor. Saben que con Dios no se juega, y que el infierno existe.
No sé. Solo puedo rezar para que los que participen en esa reunión se dejen guiar por la Verdad, por el Espíritu Santo, y no por un «discernimiento» que se base en su propio juicio y acaben convencidos --falsamente y fatalmente convencidos- de que su voluntad es también la del Espíritu Santo.
Hace ya un buen número de años, el entonces card. Ratzinger, entre otras causas de la situación de falta de fe en la Iglesia señaló dos que me parece que explican bastante bien la situación de estos abusos y escándalos.
- La primera, el olvido en la predicación de la realidad de la Vida Eterna, el olvido de los novísimos: Muerte, juicio, Infierno y Gloria.
- La segunda, la aceptación social y moral de la práctica de la homosexualidad.
Las dos suponen, previamente, el dejar de hablar del «pecado», del «arrepentimiento», de la «confesión del pecado», para que se pueda recibir y vivir la Misericordia de Dios.
En una conversación de Messori con Benedicto XVI, ya emérito- en el año 2015, al sugerirle que escribiera un De Senectute al estilo de Cicerón, y exponer una perspectiva católica ante la muerte; tema, le dijo, que ha sido eliminado por una Iglesia preocupada solamente en el bienestar para todos en esta vida, más que en la salvación eterna».
El Papa anterior respondió: «Sería algo precioso, varias veces he denunciado este olvido de la muerte, esta eliminación del más allá con lo que nos espera después».
Y a propósito de la homosexualidad recordó --como ya había hecho a Peter Seewald en el libro-entrevista «Luz del Mundo», (2010)- que la Congregación para la Educación Católica emitió hace algunos años -durante su pontificado- una disposición en el sentido de que los candidatos homosexuales no pueden ser sacerdotes porque su orientación sexual los distancia de la recta paternidad, de la realidad interior de la condición de sacerdote. Por eso la selección de los candidatos al sacerdocio debe ser muy cuidadosa.
Y poco antes, hablando de la prueba que puede suponer la presencia de ciertas inclinaciones homosexuales para vivir la vida cristiana, y que esas personas merecen respeto y no deben ser postergados por ese motivo-, señaló: «Pero eso no significa que, por eso, la homosexualidad sea correcta, sino que sigue siendo algo que está contra la esencia de lo que Dios ha querido originalmente».
Las declaraciones recientes de algunos cardenales -y ante el hecho consumado de que más del 80% de los sacerdotes que han practicado la pederastia son, o eran si ya se ha muerto, personas que mantenían relaciones homosexuales- han subrayado con toda claridad que si no se ve con esta perspectiva el problema, y se sigue pensando en «clericalismo», «elitismo», etc., se habrá perdido lamentablemente el tiempo; y el mal, el pecado, el escándalo, seguirá corroyendo el corazón y la mente de muchos fieles.