Hace algún tiempo la Lonko Juana Calfunao pidió a los mapuches que tuviesen más hijos. Con toda razón, pues las políticas antinatalistas, impuestas incluso contra la voluntad de la mujer, afectan de un modo especial al pueblo mapuche, cuyos índices de natalidad son muy bajos.
Para que un pueblo se logre mantener, requiere que cada mujer tenga como promedio 2,1 hijos. Si tiene más, ese pueblo crecerá. Pero si tiene menos, disminuirá. El promedio de niños por mujer en Chile está por muy debajo del mínimo necesario. Nuestro país es poco fecundo y envejece.
La política antinatalista de Naciones Unidas, apoyada por gobiernos y organizaciones, es una de las variadas formas de colonialismo del Occidente secularizado. No es una contradicción que el indigenismo -otra forma de colonialismo-, tan de moda hoy entre nosotros, apoye también el antinatalismo entre los pueblos originarios.
Una cultura secularizada, que se construye al margen de Dios, e incluso en contra de Él, está ciega para comprender que la persona humana es la mejor y más perfecta de las criaturas, y que el mayor bien es comunicar la vida en abundancia. Eso explica la indecible alegría de un padre y una madre ante un hijo recién nacido.
El rechazo de Dios como fundamento de todo, lleva a la negación de la dignidad de la persona, a su condición de ser imagen y semejanza de Dios y a estar llamada a participar para siempre del gozo eterno del cielo. El mayor bien que se puede poseer es la vida, no los bienes que se puedan tener. Es una falacia restringirse a un solo hijo para que tenga muchos bienes, impidiendo con ello la vida temporal y eterna de otros hijos.
Además de la anticoncepción, que va contra la natural y espontánea tendencia a la procreación, el aborto legal intensifica el descenso de la natalidad de un modo aún más perverso. A nivel mundial, este crimen abominable significa al menos el asesinato de 40 millones de niños inocentes e indefensos, a los que se les viola impunemente el más básico de los derechos humanos, como es el de nacer y vivir.
La anticoncepción es uno de los primeros síntomas de que se está en una cultura de la muerte. Un país como Estados Unidos, con una baja natalidad e incontables abortos, tiene hoy, como consecuencia, el terrible e incontrolado drama del progresivo aumento del suicidio y la droga, sobre todo entre jóvenes. Esto es tan grave, que la expectativa de vida bajó en un año.
La cultura de la muerte solo se puede superar reconociendo la soberanía de Dios, personal y trascendente, sobre la persona y la sociedad, y volviéndonos de nuevo a Cristo, único Salvador de la Humanidad.