En la Carta a los Gálatas San Pablo escribe: «No es que haya otro evangelio; lo que pasa es que algunos os están turbando y quieren deformar el Evangelio de Cristo. Pues bien, aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os predicara un evangelio distinto del que os hemos predicado, ¡sea anatema!» (1,7-8).
En una de las apariciones de Medjugorje la Virgen pedía que se rezase por la unidad de la Iglesia, por lo que está claro que una de los problemas que san Pablo plantea sigue siendo de actualidad. Ello nos enseña que en todos los tiempos ha habido gente que ha ido por libre, sin preguntarse si su doctrina o actuación es compatible con la enseñanza de la Iglesia.
Hoy los puntos de discrepancia de muchos fieles con la Iglesia son múltiples. Desde dogmas de fe como la virginidad de María e incluso la resurrección de Nuestro Señor, uno de los puntos básicos de nuestra fe, u otros temas como la existencia del demonio, del infierno y de la eternidad de las penas de éste. El racionalismo lleva a muchos a no aceptar la dimensión sobrenatural, todo lo que no podemos demostrar científicamente, si bien los creyentes pensamos que las ciencias, lo mismo que la Fe, tienen como objetivo último la Verdad, y como las Ciencias y la Revelación de Dios tienen un mismo autor, Dios, entre Ciencia y Fe no puede darse una contradicción esencial.
En cuanto a la Moral la negación de Dios da paso libre al Relativismo y a ideologías como la marxista, la nazi y la ideología de género, todas ellas anchas autopistas que conducen a la aceptación de los principios «haz lo que quieras», «no obedezcas a nadie», «sé tu propio dios», con los que Satanás intenta engañarnos con el señuelo de una absoluta Libertad, para conducirnos en este mundo a esos totalitarismos negadores de la Libertad, que tantos millones de muertos han ocasionado, y al infierno en la otra vida.
En este punto no puedo por menos de recordar una anécdota que cuenta el entonces cardenal Ratzinger, Uno de sus profesores era, antes de su promulgación, un decidido adversario de la Asunción de la Virgen. Preguntado por un pastor protestante que qué haría si el Papa promulgaba como dogma la Asunción respondió: «Yo sé teología, pero el Espíritu Santo sabe más. Lo aceptaría sin problemas».
Pero esta anécdota nos plantea un interrogante: ¿qué hemos de hacer para mantenernos fieles al Espíritu Santo? A mis alumnos seminaristas les recordaba que se estaban preparando para ser sacerdotes de la Iglesia Católica, y que por tanto debían mantenerse fieles a lo que la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia nos enseñan, sin meterse a jugar a hacer lo que a mí me parece bien, pero a la Iglesia y su Magisterio no le parece tan bien. Recuerdo mi asombro y escándalo cuando en un funeral, el sacerdote principal celebrante, cuando llegó el momento de la Comunión dijo que pasasen todos a comulgar. Le expresé al terminar la Misa discretamente mi protesta y me contestó así: «Es que algunos llevan sin comulgar cincuenta años», y se quedó tan ancho, cuando es indudable que unos cuantos no podían ni debían comulgar. También me parece un grave abuso las celebraciones comunitarias de la Penitencia en las que se da la absolución sin requerir lo que el Concilio de Trento exige: la confesión ante el sacerdote expresa y explícita de los pecados mortales.
Termino con una anécdota entre chusca y triste. Hace pocos días un sacerdote que estaba confesando en mi Iglesia, mientras esperaba a los penitentes, como había llegado un poco pronto, se puso a rezar el Breviario. De pronto un turista metió la cabeza hasta el fondo, dándole un pequeño susto. Cuando el sacerdote reaccionó el turista le dijo: «Perdone, pero hace muchos años que no he visto un cura en un confesionario. Creí que era Vd. un muñeco recuerdo de épocas pasadas». El sacerdote le respondió: «si espera Vd. un poco, verá cómo empiezan a llegar penitentes». Creo que esta anécdota habla por sí misma y nos debiera interrogar a los sacerdotes.
Pedro Trevijano.