María, una muy pobre feligresa de una de mis parroquias, cuando el gobierno promovió la legalización del aborto, me pidió entre lágrimas que jamás dejase de defender a los más frágiles; y que no permitiese que se utilizara a las mujeres pobres para promover el crimen abominable de los niños por nacer. «María y Madre comienzan del mismo modo –le contesté-. Quedate tranquila, hija, yo soy sacerdote del Hijo que María tuvo la felicidad y la valentía de tener. Y que me manda a ser soldado de la Vida en abundancia (Jn 10, 10). Solo para Él trabajo; y mi única candidatura es al Cielo».
El llamado debate –nunca más impropia esta palabra, pues la vida no se discute, se defiende- sobre el aborto en Argentina ha dejado bien en claro que ahora, más que nunca, debemos ser guerreros de la vida; que el propio Cristo nos regaló con su muerte y resurrección. Los resultados de la votación en el Senado –donde el líder de los abortistas llegó a confundir a David con Moisés-, entonces, hay que tomarlos como circunstanciales. La aritmética legislativa –bien lo sabemos- con excesiva frecuencia no respeta las más básicas normas morales. Por eso, para ella, lo que ahora es bueno puede ser malo en cualquier momento; y lo que ahora es malo puede ser bueno en la próxima renovación legislativa. Especialmente si el verde del dólar hace sentir su peso; como quedó recientemente demostrado.
¿Debemos festejar, entonces, que el Senado rechazó la ley del aborto? Ciertamente que sí, y con auténtico entusiasmo. Pero, al mismo tiempo, no debemos dormirnos en los laureles que, claro está, no supimos conseguir. Pues, por encima de cualquier triunfalismo, hay que pedirle al Señor: no nos glorifiques a nosotros, glorifica solamente a tu Nombre (Sal 115, 1).
Pasado este combate debemos comprender que la batalla continúa. Porque estamos, ni más ni menos que ante la batalla final (Ap 20, 7 – 10); que, como queda visto, tendrá como uno de sus principales blancos al matrimonio y a la familia.
Debemos preguntarnos, también, qué hemos hecho para llegar a esta situación. ¿No habrá llegado el momento de una auténtica revolución moral, que cambie las estructuras institucionales, y que coloque en el gobierno a los auténticamente virtuosos, que sepan defender en serio la vida y la familia; y, en consecuencia a la Patria?
Queda en claro, de cualquier modo, que después de este 8 de agosto de 2018 ya nada será igual. Los sacerdotes hemos visto, llenos de gozo, el despertar del gigante dormido de los laicos que, guiado por no pocos de nosotros, sus padres, demostró su mayoría de edad; y su firme voluntad de jugarse por Aquel que hace nuevas todas las cosas (Ap 21, 5). Hemos visto, también, que podemos argumentar en defensa del niño por nacer con razones científicas, jurídicas, geopolíticas, sociológicas, y psicológicas; y demostrar que el fundamento teológico asume a todas ellas y les da su absoluta plenitud. Y que Dios no niega absolutamente ninguna libertad auténtica, sino que es el último garante de la verdadera libertad.
Ha quedado en claro, asimismo, que el ataque exterior sufrido por Argentina por las multinacionales del aborto, y los mandamases financieros del Nuevo Orden Mundial, acentuó notablemente la así llamada grieta que nos divide como país. Que, por supuesto, es muy lamentable. Pero mucho más penosos son la masacre de los niños por nacer; y el abismo definitivo, infinitamente más profundo que esta grieta, que separa al Cielo del infierno (Lc 16, 26).
Ha quedado en claro, igualmente, que nos espera una enorme labor para educar a nuestros niños y jóvenes, particularmente, en una nueva cultura de la Vida, en la que ningún hijo de Dios sea visto como descartable. Y que todos los argentinos tomemos definitivamente conciencia de nuestra dignidad; que no está en liquidación ni secuestrada por los poderes del dinero, al servicio del exterminio de los pobres, y no de la pobreza.
Claro que sí, la ola celeste llegó para quedarse. Hoy ha tomado carta de definitiva ciudadanía entre nosotros. Que ese celeste, que la Virgen María regaló a la Argentina, brille para siempre en nuestro suelo. Llegue, en esta hora, también, nuestro abrazo fraterno y emocionado a los cristianos de distintas comunidades eclesiales, a los creyentes de otras religiones y a los hombres de buena voluntad, que codo a codo comparten con nosotros la causa provida. Y nosotros, los católicos, con humildad y sin complejos, mayoría en Argentina, sintámonos honradamente abanderados de esta causa. Auténtica vanguardia de una mayoría que, gracias a Dios, dejó de ser silenciosa…
+ Padre Christian VIÑA
Cambaceres, 9 de agosto de 2018.
Memoria de Santa Teresa Benedicta de la Cruz.