En realidad, solo fueron 2 años entre 1966 y 1968 pero el balance de crímenes y destrucciones de todo tipo fue inmenso, asesinando a medio millón de personas. La «revolución cultural» fue, como su nombre indica, un intento salvaje y despiadado por parte de Mao de erradicar brutalmente cualquier tradición cultural y religiosa del territorio chino para que únicamente quedara el marxismo-leninismo maoísta. Todas las religiones debían ser aplastadas empezando por el confucianismo, la religión tradicional de China. Huelga decir que, si eso se intentó con la religión más propia de China, el trato que iba a recibir la religión católica, considerada «extranjera» todavía iba a ser más despiadado si cabe.
Mao se valió de los «Guardias Rojos», una organización formada por millones de jóvenes estudiantes y niños férreamente maoístas que se lanzaron a cometer brutales matanzas a partir de agosto de 1966 cuando Mao declaró el inicio de la «Gran Revolución Cultural Proletaria». La dirección del Partido calificó a los desafectos al pensamiento de Mao, abiertos o solapados, como «espectros y monstruos» y se anunció que serían destruidos.
Los estudiantes eran fanáticos maoístas y seguidores fieles de las órdenes de Chin Chiang, la tiránica, cruel y caprichosa esposa de Mao. Los estudiantes se lanzaron a una increíble orgía de destrucción y asesinatos de toda clase de gente sospechosa de no ser lo suficientemente leal al líder. Los comunistas tampoco se libraron. Fueron asesinados miles de miembros, incluso dirigentes del partido comunista, pues Mao aprovechó para purgar internamente el Partido de toda clase de militantes a los que consideraba blandos, «reaccionarios encubiertos» o insuficientemente fieles a él.
Todo tipo de influencia cultural extranjera fue arrasada y perseguida. Fueron prohibidos el teatro, la música, el cine y la literatura de origen extranjero. Las personas consideradas aficionadas a estas influencias culturales fueron asesinadas, agredidas o ridiculizadas en público, obligadas a desfilar por la calle con indumentarias ridículas. La moda de influencia occidental fue blanco de una persecución total. Muchos hombres fueron agredidos brutalmente por llevar pantalones de tipo occidental. Artículos femeninos como cosméticos o medias fueron totalmente prohibidos por ser considerados «lujos burgueses». Pero también se prohibió la indumentaria tradicional china. Hombres y mujeres fueron obligados a vestir igual con sobrios y feos «Trajes Mao» (como los que hoy lleva Kim Jong Un, el tirano norcoreano)
Muchos consideraron que todo esto era parte también de los resentimientos ocultos de Chin Chiang, antigua cantante, actriz y bailarina en el Shangai de los años 30 contra los antiguos empresarios y autores teatrales que quedaban de aquella época. La «emperatriz» (como le gustaba ser llamada privadamente) obligó a crear un teatro y una ópera que sólo interpretaran obras de propaganda revolucionaria, (aunque solo consiguió que se compusieran 4 óperas «proletarias»). La mayoría de las bibliotecas fueron arrasadas, incluso las de oficios técnicos y solo se permitía un único libro en China, El Libro Rojo de Mao. Se llegaron a hacer operaciones usando la lectura de sus pasajes revolucionarios como única anestesia, por surrealista que parezca.
La destrucción de templos religiosos, de bibliotecas, documentos, obras de arte y bienes culturales fue inconmensurable. Y si esto pasó con la religión de Confucio y con la budista, la persecución a los católicos aún fue peor. Miles de ellos fueron asesinados. Algunos como la hermana Wang Quian fueron enterrados vivos, el P. Wang Shiwei fue encadenado durante meses, otros fueron arrojados vivos a hogueras o ridiculizados por todas partes. Los templos católicos fueron saqueados, profanados de todas las formas o quemados. Tampoco fueron respetadas las monjas extranjeras que fueron apaleadas y humilladas en público antes de ser expulsadas del país. Tampoco fue excluida de la persecución la apóstata «Iglesia patriótica» cuyos miembros fueron también perseguidos y muchos asesinados.
Finalmente, la situación derivó en un caos total y guerra civil cuando los «Guardias Rojos» atacaron incluso al Ejército por considerarlo poco revolucionario. Todo ello bajo la mirada complaciente de Mao que parecía contemplar todo como un «necesario proceso de purificación revolucionaria». Incluso el jefe del Ejército Lin Piao fue asesinado.
En sus papeles que intentó pasar al extranjero calificaba a Mao como «el peor tirano y criminal de la historia de China». 20 generales intentaron huir a Hong Kong y fueron asesinados también. Otros generales considerados insuficientemente leales a Mao fueron degradados a soldados rasos. Pero a finales de 1968 el ejército fue aplastando a los Guardias Rojos y el proceso de la «revolución cultural» tocó a su fin. Al final el arbitrario Mao ordenó también detener a muchos de sus propios Guardias Rojos y obligarles a cuidar cerdos en perdidas granjas del centro de China.
Mao murió en 1976. Y entonces su esposa Chin Chiang junto con otros 3 dirigentes fieles a ella y que habían sido sus hombres de confianza (conocidos como «la banda de los 4») fueron juzgados y condenados por el propio régimen chino por sus crímenes durante la «revolución cultural». Eran los horribles crímenes del mismo Mao a quien veneraban los estudiantes franceses del mayo del 68 parisino. Se calcula que murieron unas 500.000 personas durante la «revolución cultural» china, entre 1966 y 1968
Hoy los heroicos católicos chinos ya no son tan sangrientamente perseguidos, pero sufren quizá una persecución peor, más insidiosa, que busca sumergirles a toda costa en la apóstata «Iglesia Patriótica» al servicio del Partido Comunista, bajo la amenaza de medidas represivas y de una marginación social total. Recemos para que Dios Nuestro Señor fortalezca la fe y la esperanza de estos hermanos nuestros católicos tan perseguidos y porque la Iglesia comprenda sin ningún tipo de vacilación que no podemos abandonar a estos hermanos a quienes tan dignamente representa el honorable Cardenal Zhen.
Javier Navascués