Todos los medios de comunicación del mundo se han hecho eco de las palabras de Benedicto XVI sobre el muro que separa Cisjordania de Israel. Pero, para no variar, la mayoría de los medios españoles ponen mucho más énfasis en la crítica que el Papa hace de su existencia que en el hecho de que reconoce explícitamente que hay razones objetivas para su construcción.
De hecho el Papa reza para que desaparezcan "las hostilidades que han provocado que se construya este muro". Si no hubiera guerra entre ambos pueblos, el muro no tendría razón de ser. La vergüenza principal no es el muro sino las causas que han provocado su levantamiento. De hecho, en la situación actual, ese muro ha servido para salvar muchas vidas, a uno y otro lado.
Todos celebraremos con júbilo el día en que se derribe ese muro como señal de que la paz ha llegado a Tierra Santa. Para ello bastaría que las partes siguieran el consejo del Papa y buscaran una reconciliación que rompiera el círculo vicioso de violencia en el que llevan instalados desde hace décadas. Mientras tanto, si es necesario separar a los dos pueblos para que dejen de matarse, no quedará más remedio que hacerlo. Es una vergüenza, pero es preferible vivir avergonzados que morir bajo las ruedas de un tanque o por la explosión de una bomba adosada a un terrorista.