[Homilía en el Seminario Conciliar de San Miguel Arcángel de Pamplona, 10 de mayo de 2018]
Hoy celebramos la fiesta de San Juan de Ávila que supo ser testigo fiel de Jesucristo en momentos bastante tormentosos tanto en la sociedad como en la vida de la Iglesia. Pero él no se cansó de predicar y anunciar que Jesucristo es el único que responde a todos los interrogantes que se formula el ser humano. Le sucedió como a los discípulos: «Cuando Silas y Timoteo llegaron a Macedonia, Pablo se entregó de lleno a la predicación de la palabra, dando testimonio a los judíos de que Jesús es el Cristo» (Act 18, 5). Y si no les aceptaban se iban a predicar a los gentiles. Nunca han faltado motivos para sentir el rechazo de unos y por el contrario la acogida de otros. San Juan de Ávila se dedica de lleno a predicar y a dirigir espiritualmente a todos. No por menos se le denomina:»Apóstol de Andalucía» que fue donde más predicó y acompañó espiritualmente a muchos.
1.- Tenemos por delante, queridos sacerdotes, un gran reto y lo sabéis muy bien porque lo padecéis en vuestras propias carnes. Varios de vosotros desde hace 50 años, otros desde hace 25 y otros que lleváis muchos menos o estáis iniciando desde hace poco. Sabemos que nuestra vida está entroncada en Jesucristo y él nos recuerda de nuevo hoy: «En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes pero vuestra tristeza se convertirá en alegría» (Jn 16, 20). Es la razón de ser del apóstol. Los discípulos no lo entendían hasta que palparon la lógica de Jesús y es que para vivir hay que morir como el grano de trigo. Al manifestarles que después de la tristeza tendrán un gozo cumplido, que no perderán jamás, alude directamente a la alegría de la resurrección, pero también al encuentro definitivo con Él en el Cielo.
Nosotros también lo podemos comprobar en el recorrido que lleva el nuevo Pueblo de Dios –La Iglesia de Cristo– y esto comporta dolores intensos no sólo a Jesús, sino también, en su medida a los que lo seguimos como hicieron los apóstoles. Pero esos dolores, como de parto, se verán compensados por el gozo de la consumación del Reino de Dios. «Os he dicho esto para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis sufrimientos, pero confiad: yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33). La fe afronta los momentos difíciles de la vida. La tristeza no es propia de la santidad. La tristeza es fruto del orgullo herido. La tristeza para un cristiano es un contrasentido. «El cristiano es una persona que tiene el corazón lleno de paz porque sabe centrar su alegría en el Señor, incluso cuando atraviesa momentos difíciles de la vida. Tener fe no significa no tener momentos difíciles sino tener la fuerza de afrontarlos sabiendo que no estamos solos. Y esta es la paz que Dios da a sus hijos» (Papa Francisco, Capilla de Santa Marta-Roma, 14 de diciembre 2013). La alegría de nuestra misión no se basa en apreciaciones sentimentales, sólo es feliz quien pone la mirada en Jesucristo que ha resucitado.
2.- Nuestra misión, queridos sacerdotes, es muy concreta y se va haciendo fructífera porque ponemos el corazón y la vida en la fuerza del Espíritu Santo en medio de nosotros. El Beato Pablo VI dice de San Juan de Ávila que «tenía conciencia de su vocación. Tenía fe en su elección sacerdotal. Una introspección sicológica en su biografía nos llevaría a individuar en esta certeza de su ‘identidad’ sacerdotal, la fuente de su celo sereno, de su fecundidad apostólica, de su sabiduría de lúcido reformador de la vida eclesiástica y de exquisito director de conciencias. San Juan de Ávila enseña al menos esto, y sobre todo esto, al clero nuestro, a no dudar de su ser: Sacerdote de Cristo, Ministro de la Iglesia y Guía de los hermanos» (Canonización del Beato Juan de Ávila, homilía del Santo Padre Pablo VI, 31 de mayo 1970).
Somos sacerdotes de Cristo y por tanto no tenemos propiedad sobre nuestro sacerdocio. Estamos expropiados de nosotros mismos para ser propiedad de Jesucristo. Actuamos en su Persona y no en la nuestra. Vivimos de su Amor y no de nuestros sentimientos que pueden cambiar según los vientos ideológicos que se presenten. ¡Cuántas veces habréis meditado sobre este ser de nuestro sacerdocio! Tal vez nos han intentado robar esta identidad con la falsa promesa de que para hacernos más cercanos… más laicizados debíamos ser. O al contrario, la seguridad en nuestros modos, podrían haber producido un clericalismo tan dominante que la sombra del mismo oscureciera a los demás y a la acción de Cristo. Si somos mediación y humilde representación de Jesucristo sólo se consigue con mayor amor, verdad, justicia y misericordia. El ser humano no espera de nosotros otro modo de vivir que ser reflejo de Cristo único sacerdote.
Pero al mismo tiempo somos ministros de la Iglesia puesto que a ella representamos y a la que nos adherimos con humilde servicio. Cuando levantamos la mano y hacemos la señal de la cruz sobre el penitente actuamos en nombre de Jesucristo y en nombre de la Iglesia…cuando celebramos los sacramentos actuamos con esta doble función ministerial. Si proclamamos la Palabra de Dios, lo hacemos no en nuestro nombre sino en el nombre de la Iglesia que como Madre enseña y educa en la fe y en la adhesión sincera a Jesucristo. Por eso os doy las gracias y ruego que todos sigamos mostrando esta doble belleza con nuestros gestos y con nuestra vida entregada generosamente.
San Juan de Ávila se caracterizó, de modo especial, por ser un gran guía de almas. Gracias a su dedicación extenuante en la escucha y apertura a aquellos que venían y acudían como sedientos a la fuente de agua viva, muchos encontraron el sentido auténtico de su vida. Cuentan que San Juan de Dios trabajaba mucho por recoger a los desheredados y pobres en las calles de Granada. Un día estaba extenuado y hasta desesperanzado, con la tentación de abandonar su labor por los pobres. Se vieron él y San Juan de Ávila y éste le dijo:»Juan cuando el demonio no consigue hacer de ti cosas malas, te hace hacer muchas cosas buenas y consigue el mismo efecto». Desde entonces San Juan de Dios se serenó y vivía haciendo lo que podía sin premuras y con el sentido de vivir el momento sin prisas.
Esto nos viene bien a nosotros que, a veces estamos tan acelerados en el trabajo, que no tenemos tiempo para el sosiego. Hoy, queridos sacerdotes, hemos de dedicar mucho tiempo a escuchar al estilo de San Juan de Ávila. El ser humano está pasando por unas circunstancias muy dolorosas y hasta dramáticas. Necesitan nuestros consejos y nuestra orientación. Pero no olvidemos que para ser buenos guías hemos de dejarnos guiar también nosotros. Nunca dejemos la oración que es sustento de la pastoral. Y siempre hacer la voluntad de Dios que es la luz única que debe orientar nuestro ministerio.
3.- Ruego a Santa María, Madre de los sacerdotes, que nos ayude en este tiempo en el que estamos reflexionando sobre nuestro modo de impulsar la pastoral y para que el Proyecto de Pastoral no sea una carga sino un ponernos a tono con las iluminaciones del Espíritu en bien de nuestro Pueblo cristiano y siempre para favorecernos con la docilidad a la acción del Espíritu Santo que es quien lleva adelante nuestra Diócesis. Ruego por vosotros, queridos sacerdotes, que cumplís las bodas de oro y las de plata que podemos dar a nuestras gentes. Ruego por los diáconos permanentes y por sus familias para que sigan sirviendo por amor a Cristo Servidor. Ruego por los seminaristas como la mejor acción de gracias. Ruego por los demás para que sigamos con alegría y gozo entregando lo mejor de nosotros mismos para que sea Jesucristo el mejor Don para que se preparen bien y con entrega gozosa en el camino hacia el sacerdocio… Que la Señora nos haga vivir muy unidos en su Hijo Jesucristo y entre nosotros.