El cardenal Reinhard Marx ha provocado una polémica al sugerir la idea de que los pastores puedan bendecir a las parejas del mismo sexo. Según la Agencia de Noticias Católica, el cardenal Marx «dijo al servicio radiofónico del estado de Baviera que 'no puede haber normas' sobre esta cuestión. En efecto, la decisión de si una unión homosexual debería ser bendecida por la Iglesia, es algo que debería depender de cada sacerdote o colaborador pastoral y según cada caso particular, afirmó el prelado alemán.»
Ha habido algunas discusiones sobre el ambiguo significado de sus palabras. Pero no es el primer prelado alemán que se adentra en este territorio: el obispo Bode, vicepresidente de la conferencia episcopal alemana, exigió discutir tales bendiciones hace un mes.
La afirmación del cardenal Marx de que «no puede haber normas» es sorprendente. De acuerdo con la constante tradición de la Iglesia católica, el Pueblo de Dios puede determinar con certeza que hay cosas que se deben hacer y otras no, y así se puede hacer un juicio cierto en materia moral, sacramental, canónica y teológica. Y la prohibición de la bendición de las parejas gay es una de esas certezas.
Como el arzobispo Charles Chaput dijo ayer «ningún rito de bendición como éste sancionaría un acto moralmente prohibido, sin importar la sinceridad de las personas que buscan tal bendición. Dicho rito socavaría el testimonio católico de la naturaleza del matrimonio y la familia. Confundiría y llevaría al error a los fieles. Y tal bendición dañaría la unidad de nuestra Iglesia, porque no podría ser ignorada ni responder a ella con el silencio».
Así que seguramente le corresponde al cardenal Marx explicar por qué «no hay normas» en este caso. Pero no da una sola razón para esta revolucionaria postura.
Un desprecio en general por las «normas» no es un buen signo. El comienzo real de la Reforma, a mi entender, no fue el hecho de que Lutero colgase sus tesis en la puerta de la iglesia, sino otra cosa que ocurrió en Wittenberg, Alemania, tres años más tarde: la quema de los libros de derecho canónico el 10 de diciembre de 1520. El hecho de arrojar dichos libros a las llamas significaba que Lutero estaba negando a la Iglesia el derecho a legislar y a enseñar, en favor de la supremacía de la conciencia individual.
Los católicos creen en la supremacía de la conciencia, pero seamos claros con respecto a lo que esto significa. Reconocemos las enseñanzas de la Iglesia como algo que debemos aceptar en conciencia, y es esto, entre otras cosas, lo que nos hace católicos. Nosotros «obedecemos el gran mandato de Cristo también, que es el fundamento de la autoridad de la enseñanza de la Iglesia: Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado« (Mt 28, 19-20a)
Si «hacemos todo» lo que la Iglesia ha enseñado coherentemente, sabemos que hay ciertamente normas, lo que significa que no podemos inventarnos una doctrina cuando nos convenga. ¿Es consciente el cardenal Marx de esto? Quizás vea motivos para el cambio en lo que algunos llaman «el paradigma del cambio de Amoris Laetitia». Pero la Iglesia no hace cambios de paradigma en la doctrina. Lutero lo hizo. Y Lutero terminó saliéndose de la Iglesia.
Fr. Alexander Lucie-Smith
Traducido para InfoCatólica por Ana María Rodríguez
Publicado origintalmente en el Catholic Herald