El 25 de Febrero de 1963 fui ordenado sacerdote, y como se decía entonces y se sigue diciendo «in aeternum», es decir para siempre. Ahora bien, ¿sólo podemos ser ordenados de sacerdotes los varones o también las mujeres?
A este interrogante respondió san Juan Pablo II en su Carta «Ordinattio sacerdotalis» del 22 de Mayo de 1994 afirmando: «Si bien la doctrina sobre la ordenación sacerdotal, reservado sólo a los hombres, sea conservada por la tradición constante y universal de la Iglesia, y sea enseñada firmemente por el magisterio en los documentos más recientes, no obstante en nuestro tiempo y en diversos lugares se la considera discutible, o incluso se atribuye un valor meramente disciplinar a la decisión de la Iglesia de no admitir a las mujeres a la tal ordenación.
Por tanto con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a mis hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia» (nº. 4). Queda claro con ello que Juan Pablo II piensa que ni siquiera el Papa podría conferir válidamente la ordenación sacerdotal a mujeres. Es decir, si se realiza una de estas ordenaciones, no sería sino la simulación inválida y nula de un sacramento.
Posteriormente, el 28-X-1995, la Congregación para la Doctrina de la Fe, con la aprobación expresa de Juan Pablo II, con lo que pasa a ser documento papal, emite la siguiente respuesta:
«Pregunta: Si la doctrina, según la cual la Iglesia no tiene facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres propuesta en la Carta Apostólica Ordinatio Sacerdotalis como dictamen que debe considerarse como definitivo, se ha de entender como perteneciente al depósito de la fe.
Respuesta: Afirmativa.»
Pero hecha la Ley, hecha la trampa, y como tal vez me apetezca terminar mis días como mujer y así ser la primera mujer sacerdote de la Historia me pregunto si ello es posible. Tengo en mi escritorio la «Proposición de Ley de Igualdad Social y no discriminación por motivos de identidad de género de la Comunidad Autónoma de La Rioja», de mi comunidad Autónoma y la «Proposición de Ley contra la discriminación por orientación sexual, identidad o expresión de género y características sexuales, y de igualdad social de lesbianas, gais, bisexuales, transexuales, transgénero e intersexuales», presentada en el Parlamento Nacional. Ambas leyes tienen muchas probabilidades de ser aprobadas. Veamos lo que dicen:
En la Ley Riojana leo en la Exposición de Motivos: «En la persona imperan las características psicológicas que configuran su forma de ser y se ha de otorgar soberanía a la voluntad humana sobre cualquier otra consideración física. La libre autodeterminación del género de cada persona ha de ser afirmada como un derecho humano fundamental, parte imprescindible de su derecho al libre desarrollo de la personalidad» y en el artículo 2.2: «Al reconocimiento de su identidad de género, libremente determinada».
Por su parte la Proposición de Ley del Parlamento Nacional dice: «Artículo 7. La presente Ley se inspira en los siguientes principios: 1 b) La presente Ley se inspira en los siguientes principios: Derecho al libre desarrollo y reconocimiento de la personalidad, que incluye el derecho de cada persona a construir su propia autodefinición con respecto a su cuerpo, sexo, género y su orientación sexual y a ser tratada con respecto a la misma. La orientación sexual e identidad de género forman parte de los derechos personalísimos que se basan en los derechos fundamentales a la dignidad y a la libertad. Ninguna persona podrá ser presionada para ocultar, modificar o negar su orientación sexual, expresión o identidad de género».
En pocas palabras, si yo me declarase como mujer, según estas futuras leyes, soy mujer, sin necesidad de médicos, psiquiatras o psicólogos. Si fuese así de verdad, podría ser la primera mujer sacerdote de la Historia. Pero mucho me temo que el nivel cultural, científico y moral de quienes votan a favor de estas propuestas es ínfimo, porque como dice la Escritura: «El necio que dice en su corazón: No hay Dios, se encamina a la corrupción moral (Sal. 14,1)».
Pedro Trevijano, sacerdote
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