He sido testigo estos días pre-navideños de un hecho que, si bien ya no me va sorprendiendo nada a estas alturas de la guerra, sí es algo muy inusual: una batalla desigual, como fue la de David contra Goliat.
Resulta que unos niños de 13 y 14 años, alumnos de un colegio católico de San Fernando, Cádiz, hacen frente a una educadora de «la perversa Ideología de Género» (Papa Francisco), que había entrado en su clase y estaba adoctrinándoles. Que criticaba perniciosamente a la Iglesia, tachándola de homófoba, que tenía que desaparecer, etc. Y todo esto resulta que estaba organizado por el propio colegio. Nada menos.
Cosas vieres, querido Sancho.
Los hechos probados son como siguen: el colegio católico manda llamar a una «educadora» perteneciente a la «Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía». Esta educadora entra en la clase y le pide a la tutora que salga «para que así los niños se expresen con mayor libertad» (¡!). Empieza a hablar, con un tono de «buenismo», de «inclusión», etc. y pone ejemplos de conductas «homófobas»: políticos del PP, la Iglesia católica en general (que tendría por ello que desaparecer), y determinados obispos en concreto… Todos a la hoguera preparada por el lobby.
Se trata de educar «para la igualdad», «para la no discriminación» de las personas, especialmente de las que tienen una orientación homosexual. Es una charla, un taller, del mismo tipo de los que imparte el ayuntamiento -que también pasan por ese colegio y por otros colegios católicos de mi ciudad y de otras muchas-. En toda España -podríamos decir que también que en toda Europa y ahora incluso en América- el lobby LGTBI está influyendo en los políticos, a todos los niveles, para que se hagan estos talleres y puedan así penetrar en los currículos y en la educación de los niños y jóvenes.
Pero he aquí lo maravilloso: algunos de los alumnos que oyen tanta cantidad de despropósitos, falsedades y opiniones subjetivas quieren tomar la palabra para oponerse: la activista lgtb no les deja hablar. Insisten. Son tachados de caprichosos y subjetivos. Por fin algunos pueden alzar la voz disidente y discuten con la profesora. Lo hacen con valentía y lo hacen con razones, con argumentos, como buenamente pueden a pesar de su corta edad, sabiendo a ciencia cierta que son objetos de un «lavado de cerebro» contrario a sus ideas, contrario a las creencias de su familia.
Lo malo de todo esto es que la gran mayoría de los padres del colegio y de la población en general (claro, el escándalo se viralizó muy pronto en las redes sociales y ha sido noticia en los principales periódicos incluso nacionales), no dudan del testimonio de los niños. Creíbles al cien por cien. Porque todos coinciden. Porque la profesora, adulta, salió de clase y les dejó solos con la activista. Y sobre todo, porque es verosímil y ya se han dado episodios de adoctrinamiento en ese colegio y en otros muchos. La constante crítica a la Iglesia, a la doctrina de la fe, la constante voluntad de educar sexualmente a los niños, es conocida por todos.
En ese colegio, ya hace muchos, pero que muchos años, se enseñaba a los niños a ponerse condones, utilizando como modelos de pene unos pepinos y zanahorias. Y se de lo he hablo por testimonio directo.
Un niño que jamás había oído hablar de eso, y que su educación moral depende de sus padres, no se inventa esa perversión.
Pues así está el patio. Hemos perdido el sentido de lo que hay que hacer, del respeto incluso. No ya a las instituciones a las que se pertenece, en este caso la iglesia católica. Que también. Sino a las propias personas, a los padres de esos alumnos, que confiaron en el centro para una educación cristiana. Y en los propios niños dejados a su cuidado, permitiendo que activistas pertenecientes a organizaciones con ideologías contraria a los principios del colegio entrasen en las clases (y en las mentes de los alumnos).
Porque esa organización que entra en esa escuela (Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, APDHA) es todo menos «católica». Y no es que la solidaridad (qué palabrita más moderna…) que promueve, y la atención a los emigrantes que realiza, no sean también virtudes cristianas… Es que también promueve el homosexualismo, el feminismo radical (publicita por ejemplo, las tertulias de «El café Feminista», de Podemos), el comunismo, etc. ¿Y con esta asociación colabora un colegio católico? ¿Con esta asociación trabajan religiosas (date, querido lector, un paseo por la web que te enlazo)? ¿Es que la propia Iglesia católica no tiene buenos programas de educación integral para los jóvenes? La respuesta es: sí, los tiene. Pero la congregación que lleva el colegio, lo mismo que otras muchas congregaciones que en un tiempo eran florecientes, prefieren caminar por otros caminos, al parecer. Ceder y ceder ante el relativismo de moda, hasta que ya no quede nada que sea reconocible de la obra fundacional impregnada de verdadera fe y caridad, y que tantos frutos dio.
Adaptarse a los tiempos, que dicen. Aunque sea a costa de su ideario y de sus propios alumnos. Eso sí: programas de intercambio en el extranjero que no falten. Pero eso será tema para otro momento.
De momento, quedémonos con una batalla ganada por unos niños, que no se tragaron lo que la activista LGTB les decía, que la Iglesia es homófoba, que debe desaparecer, y otras lindezas parecidas. Eso dice mucho, no ya de ese grupo de niños, sino de sus familias, que saben qué es lo que tienen que inculcar a sus hijos: un espíritu crítico ante los poderosos del mundo que quieren controlar su fe y sus principios.
Eso es precisamente algo que me suena a Navidad, y que me hace recordar a Otro Niño, a Otra Familia, que desde la extrema debilidad de un pobre Portal, revolucionaron la Historia.
Aún a costa de la ira de los poderosos.
Pedro A. Mejías Rodríguez