Una Iglesia sin doctrina no es una Iglesia pastoral, sino una Iglesia arbitraria y esclava del espíritu del tiempo: "praxis sine theoria coecus in via" [la praxis sin la teoría es ciega en el camino], decían los medievales. Esta trampa es grave, y si no la vence causa graves daños a la Iglesia. Al menos por dos motivos. El primero es que, al ser la "Sacra Doctrina" nada más que la Revelación divina del proyecto divino sobre el hombre, si la misión de la Iglesia no se arraiga en ella, ¿qué le dice la Iglesia al hombre? El segundo motivo es que cuando la Iglesia no se cuida de esta trampa, corre el riesgo de respirar el dogma central del relativismo: en orden al culto que debemos a Dios y al cuidado que debemos al hombre, es indiferente lo que pienso de Dios y del hombre. La "quaestio de veritate" se convierte en una cuestión secundaria.
La segunda trampa es olvidar que la clave interpretativa de la realidad en su conjunto y en particular de la historia humana no está dentro de la historia misma. Es la fe. San Máximo el Confesor considera que el verdadero discípulo de Jesús piensa cada cosa por medio de Jesucristo y a Jesucristo por medio de cada cosa. Pongo un ejemplo muy actual. El ennoblecimiento de la homosexualidad al que asistimos en Occidente no se interpreta y juzga tomando como criterio la corriente principal de nuestras sociedades; o bien el valor moral del respeto que se debe a cada persona, el que es "metabasis eis allo genos", es decir, pasaje a otro género, dirían los lógicos. El criterio es la "Sacra Doctrina" respecto a la sexualidad, el matrimonio, el dimorfismo sexual. La lectura de los signos de los tiempos es un acto teologal y teológico.
La tercera trampa es el primado de la praxis. Me refiero al primado fundante. El fundamento de la salvación del hombre es la fe del hombre, no su obrar. Lo que debe preocupar a la Iglesia no es "in primis" la cooperación con el mundo en grandes procesos operativos, para alcanzar objetivos comunes. La preocupación que desvela a la Iglesia es que el mundo crea en Aquel que el Padre ha enviado para salvar al mundo. El primado de la praxis conduce a lo que un gran pensador del siglo pasado llamaba la dislocación de las Personas Divinas: la segunda Persona no es el Verbo, sino el Espíritu Santo.
La cuarta trampa, muy ligada a la anterior, es la reducción de la propuesta cristiana a exhortación moral. Es la trampa pelagiana, que san Agustín llamaba el horrendo veneno del cristianismo. Esta reducción tiene el efecto de hacer a la propuesta cristiana muy aburrida y muy repetitiva. Dios es el único que en su obrar es siempre imprevisible. Y, en efecto, en el centro del cristianismo no está el obrar del hombre, sino la Acción de Dios.
La quinta trampa es el silencio respecto al juicio de Dios, mediante una predicación de la misericordia divina hecha de tal modo que corre el riesgo de hacer desaparecer de la conciencia del hombre que escucha la verdad que Dios juzga al hombre.
Publicado originalmente en Settimo cielo