CATALUÑA, cuando escribimos estas líneas (segunda semana de octubre), está pasando por unas circunstancias extremadamente graves que significan para toda España una profunda crisis institucional. Aunque es imprevisible el curso de los acontecimientos nos atrevemos a hacer unas reflexiones con la esperanza de que no habrán perdido actualidad cuando lleguen al lector de nuestra revista.
Actualmente en Cataluña una parte importante de la población no se siente intencional ni emotivamente vinculada al resto de los pueblos de España, o por lo menos así lo creen, hasta tal punto que estos sectores de población son muy sensibles a las propuestas de secesión política. Exigiría una larga exposición analizar las variadas y complejas causas de esta situación, lo que no podemos hacer ahora con el rigor requerido. Sin embargo, queremos apuntar alguna consideración sobre ellas.
Todo programa político exige una determinada conciencia histórica. Sin ella es imposible reconocer la realidad y proyectar para el futuro una específica acción política, aunque frecuentemente el programa político que se intenta llevar a cabo no es fruto prudencia política y, como todo acto prudente, tiene como primer requisito conocer la realidad. Inventarse la historia tiene esta grave consecuencia: estar condenado a negar repetidamente la realidad que manifiesta, por caminos muy variados, la verdadera historia y subyace en el quehacer colectivo de todo pueblo de forma más o menos consciente. Los instrumentos para crear esta conciencia de una historia falseada son la educación y los medios de comunicación.
Desde los inicios del catalanismo en el siglo XIX hasta nuestros días ha sido insistente el discurso sobre la necesidad de «recobrar» una conciencia nacional histórica que se considera olvidada. Hoy, en Cataluña, y desgraciadamente esto es compartido por toda España, nos enfrentamos con un desconocimiento de su historia de una magnitud inusitada. Todas las personas que se dedican a tareas educativas lo pueden constatar. La Cataluña irreal, creada por esta manipulación de la historia, es la que el santo obispo de Vic Torras y Bages calificaba «la Catalunya de paper».
Como ha estudiado un reconocido y ya clásico historiador del nacionalismo, Hans Khon, el nacionalismo no es fundamentalmente un sentimiento de preferir lo «nuestro»: nuestras costumbres, nuestra lengua, nuestro territorio... de forma exacerbada y exclusiva. La afirmación de lo «nuestro» formando parte nuclear de la actitud vital de una colectividad es un solipsismo, una especie de narcisismo social, vaciado de contenido concreto relacionado con la realidad social próxima, es una ideología que emerge en la modernidad, con el racionalismo político de origen roussoniano y con el idealismo alemán cultivado en ambientes románticos.
Una ideología que pretende sustituir a la religión como base de aquella cohesión necesaria a toda comunidad humana. Fichte en sus Discursos a la nación alemana presenta la conciencia nacional y el sentimiento de pertenencia como el sustituto de la esperanza en la vida eterna. Nos eternizamos en la colectividad que es la fuente y destino de toda nuestra vida humana. Todos los aspectos culturales de carácter histórico capaces de crear una adhesión emocional son simplemente señuelos que hacen posible la implantación de una ideología no sólo laica sino atea.
No negamos que el catalanismo es un movimiento político plural, con aportaciones sociales procedentes de ámbitos muy diversos, sin embargo habría que reconocer que esta ideología nacionalista, a la que nos referimos, es la que ha marcado cultural y políticamente. Contemplar el catalanismo en sus fuentes ideológicas nos ayudaría a entender qué ha pasado a nuestro pueblo. Cataluña en el siglo XIX, tierra de santos, fundadores de nuevas órdenes religiosas que hoy están extendidas por todo el mundo, la región de España con un índice de fecundidad más alto de toda España, llega a finales de siglo y empieza su decadencia.
Ya en 1935 Josep Antoni Vandellós publica su conocido libro: Catalunya, poble decadent, alertando de los cambios que se habían producido en la situación demográfica. ¿Qué había ocurrido? Cataluña se había enriquecido, en gran parte, gracias al desarrollo de la industria textil, que tuvo que contar con el proteccionismo económico para asegurar su continuidad. La defensa de este proteccionismo fue uno de los movimientos que aglutinó el catalanismo inicial. Enriquecimiento, nuevas actitudes ideológicas y la consiguiente pérdida de formas de vida secularmente arraigadas en Cataluña contribuyeron de forma progresiva a cambiar radicalmente la realidad religiosa de Cataluña.
En nuestros días aquellas comarcas como la Plana de Vic, tan profundamente religiosas, con figuras tan emblemáticas como Balmes, mossén Cinto Verdaguer, san Antonio MarÍa Claret o santa Joaquina de Vedruna, sólo por citar algunas, son irreconocibles. Sin sacerdotes que atender a las parroquias, la iglesias vacías de jóvenes y con pocos mayores y las familias con una falta de descendencia tal que, si no fuera por la emigración, habría una enorme cantidad de pueblos que quedarían desiertos. Una Cataluña nacionalista sin catalanes por haber renegado de su historia.
Por todo ello creemos que es muy oportuno recordar las palabras de Pío XII en su mensaje de Navidad del año 1951. El mundo estaba amenazado con una nueva guerra como consecuencia de un armamento nuclear con posibilidades destructivas sin precedentes. En aquellas circunstancias se alzaban voces en favor del pacifismo y el Papa recuerda que la Iglesia, que predica la paz porque tiene como bandera al Príncipe de la Paz, no es neutral ante los conflictos políticos, contemplados «sub specie aeternitatis», y desde esta perspectiva juzga de ellos.
Porque como dice el Papa: «Dios no es nunca neutral respecto a los acontecimientos humanos ni ante el curso de la historia, y por eso tampoco puede serlo su Iglesia». La causa de aquella grave situación la explica Pío XII en una alocución pronunciada pocos días después:
«Nos no podemos quedar mudo e inerte ante un mundo que camina sin saberlo por los derroteros que llevan al abismo a almas y cuerpos, buenos y malos, civilizaciones y pueblos. El sentimiento de nuestra responsabilidad delante de Dios nos exige que lo intentemos todo, que lo emprendamos todo para ahorrar al género humano tan tremenda tragedia».
También hoy vivimos aquí en Cataluña un conflicto político que es fruto y causa de una tragedia espiritual y sólo cuando volvamos a reencontramos con nuestra historia, historia de fe cristiana arraigada en la vida familiar y colectiva, podremos superar la actual situación. Si alguien nos dijera que éste es un deseo irrealizable y, por tanto, poco práctico, le contestaríamos que más difícil es pensar la posibilidad de solucionar la actual crisis política con arreglos meramente políticos que esperar que Dios atienda nuestra súplica pidiendo la conversión de nuestros corazones y nuestras inteligencias. Por ello nos dirigimos filialmente a nuestros pastores solicitando que convoquen campañas de oración y penitencia por la salvación de España.
[Termina el profesor Alsina citando en un recuadro un texto tomado de don Francisco Canals Vidal, «La acción de Torras y Bages, inculturación de la fe católica en Cataluña», CRISTIANDAD 932, marzo de 2009]:
La frase escrita en la abadía de Montserrat: «Catalunya será cristiana o no será», resume con fidelidad el pensamiento de Torras y Bages. Así lo dice, con otros términos, al final de su obra La tradición catalana: «el catalanisme, si vol reeixir, mai deu separarse del catolicisme [el catalanismo, si quiere tener éxito, nunca debe separarse del catolicismo]». Si el catalanismo no es católico no llevará sino a la construcción de una Cataluña de papel, es decir, una fantasmagoría sólo real para intelectuales desconocedores de las cosas y de los pueblos.
Publicado en Revista CRISTIANDAD, año LXXIV, nº 1035, octubre 2017