Hermanas y hermanos en Jesucristo:
Es imposible no hablar nuevamente del dolor que atraviesa el corazón de nuestra Patria por la promulgación de la ley del aborto. En este dolor estamos unidos todos los cristianos, como lo ha demostrado el último Te Deum evangélico.
A lo largo de varios años y de muchos modos intentamos que no hubiese aborto legal, porque reconocemos el derecho a nacer de todo niño. Lamentablemente no fue posible lograr nuestro propósito. Sin embargo, esto no significa que la lucha no vaya a continuar. Al contrario, está recién comenzando, con la seguridad de que la victoria final está de nuestra parte. Es un proceso muy parecido a la lucha por la abolición de la esclavitud. Costó, pero finalmente hoy todos reconocemos el derecho a la libertad de toda persona humana.
Costará, pero hemos de tener la seguridad de que, tarde o temprano, se reconocerá socialmente que el aborto es el asesinato de un niño inocente y que se deberá restablecer su derecho a nacer.
En Chile no nos puede pasar lo que acontece en Europa. Ahí todos los años son asesinados más de un millón de niños y parece que no pasara nada. Si un turista recorriese todos sus países ni se enteraría que en sus hospitales y clínicas se están matando impunemente a millones de personas inocentes e indefensas. Y más grave aún es el hecho de que si se visitan templos de cualquier denominación religiosa, en la práctica no hay ninguna referencia a este drama humano. ¿Qué dirá el Señor a esas Iglesias y a esos cristianos? Quizá lo del Apocalipsis: «Conozco tu conducta; tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto» (Ap 3,1).
Seguro que el tema del aborto poco a poco desaparecerá de los debates políticos, periodísticos y ciudadanos. Pero eso no debe acontecer entre nosotros. Hago un llamado a todos los católicos, a los cristianos en general y a los hombres de buena voluntad a unir nuestras fuerzas en la reconstrucción de la cultura de la vida y de la civilización del amor. Nadie puede quedar al margen. Ninguno de nosotros puede permanecer indiferente ante la muerte legal de los niños por nacer. Hacerlo sería convertirse en cómplice. Y el Señor nos diría: «No eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca» (Ap 3,15-16).
Muchas cosas se deben seguir haciendo. Lo más próximo es adherirnos a la iniciativa del movimiento ciudadano «mi voto vale vida». Hemos de informarnos de los candidatos presidenciales y parlamentarios, a fin de tener la certeza de votar sólo por aquellos que son pro-vida y estarían dispuestos a derogar la ley de aborto.
Mons. Francisco Javier Stegmeier, Obispo titular de la Diócesis de Villarrica.