Mañana, día de la Fiesta Nacional (*), es un día para cultivar la virtud del patriotismo, el deber y el amor hacia nuestro país, incluido en el cuarto Mandamiento de la Ley de Dios. Jesús, nuestro divino modelo, amaba tanto su patria que lloró sobre su capital, Jerusalén, al prever los castigos que iban a caer sobre ella como consecuencia de su infidelidad a los dones de Dios. Es un momento oportuno, pues, para reflexionar sobre la nación en la que vivimos y de la que esperamos nuestro bien común. ¿Acaso no deberíamos llorar sobre nuestra patria amada, al ver tanta corrupción y tanta falta de honestidad, ética y honradez en la política, con un completo desprecio de las virtudes humanas y cristianas, de los pequeños y de los grandes? Si, como se suele decir, el pueblo tiene el gobierno que se merece, ¿acaso no deberíamos llorar sobre el pueblo brasileño?
"Estamos perdidos hace mucho tiempo [...] El país perdió la inteligencia y la conciencia moral. Las costumbres se han diluido, las conciencias están en retirada. Los caracteres se han corrompido. En la práctica, la vida tiene como única guía la conveniencia. No hay principio que no sea rechazado. No hay institución que no sea objeto de burlas. Nadie se respeta [...] Nadie cree en la honradez de los personajes públicos [...] La clase media desciende progresivamente hacia la imbecilidad y la inercia. El pueblo está en la miseria. Los servicios públicos se abandonan a una rutina letárgica. El Estado es considerado en su acción tributaria como un ladrón y se le trata como a un enemigo. La certeza de esta decadencia ha invadido invadió todas las conciencias. Se dice por todas partes: ¡el país está perdido! ¿Hay algún opositor del actual gobierno? ¡No!" (Eça de Queirós, año 1871).
Según Aristóteles, "el hombre es por naturaleza un animal político, destinado a vivir en sociedad" (Política, I, 1,9). Política viene del griego polis, que significa ciudad. Y, continúa Aristóteles, "toda ciudad es evidentemente una asociación y una asociación sólo se forma para algún bien, dado que los hombres, sean cuales sean, todo lo hacen para un fin que les parece bueno". Santo Tomás de Aquino acuñó el término bien común, o bien público, que es el bien de toda la sociedad, proponiéndolo como finalidad del Estado. "La comunidad política nace […] para buscar el bien común, en el que encuentra su justificación plena y su sentido y del que deriva su legitimidad primigenia y propia. El bien común abarca el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección" (Gaudium et spes, 74). De ahí se deduce que la ciudad —el Estado— exige un gobierno que la dirija hacia el bien común. No se puede separar la política de la dirección hacia el bien común. La búsqueda del bien propio en política es un contrasentido.
Como cristianos, sabemos que la base de la moral y de la ética es la ley de Dios, natural y positiva, que se traduce en obras por medio del santo temor de Dios o la conciencia recta y temerosa de Dios. Una vez perdido el santo temor de Dios, se pierde la rectitud de la conciencia, que pasa a ser regida por las pasiones. Una vez abandonados los valores morales y los límites éticos, la sociedad queda sometida al arbitrio de las pasiones desordenadas del egoísmo, de la ambición y de la codicia.
Dom Fernando Arêas Rifan, obispo de la Administración Apostólica Personal San Juan María Vianney
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(*) Se refiere a la Fiesta Nacional en Brasil, 7 de septiembre