¿Qué papel juega la confianza en la educación de los adolescentes? Un clima de confianza es indispensable para que los padres puedan ejercer su papel de formadores. Si los padres tienen una confianza básica en la vida y saben ver lo positivo de ella, tendrán fe en lo que hacen con sus hijos y les será fácil imbuirles autoestima, con lo que éstos no se arredrarán sino que superarán más fácilmente las dificultades que encuentren. Es muy positivo para el adolescente el que sus padres sean acogedores y hospitalarios y reciban en su casa con alegría a sus amigos. El hijo interpretará esta acogida como el que sus padres tienen confianza en él y él puede tenerla en sus padres.
Con frecuencia los problemas entre padres e hijos surgen por la falta de comunicación y confianza; los hijos no confían en los padres ni los padres en los hijos. Aunque para los padres es evidente que quieren a sus hijos, para éstos no lo es tanto y por ello es conveniente que los padres se lo digan de vez en cuando, incluso cuando les riñen, para que comprendan que lo hacen por su bien y que para ellos sería mucho más cómodo dejar pasar. Una ocasión formidable para crear un clima de confianza entre padres e hijos, es precisamente que los padres no tengan miedo en afrontar la educación sexual de sus propios hijos, abriéndoles con amor y verdad a los grandes misterios de la vida y enseñándoles las leyes del corazón. Y si ven que los hijos están totalmente cerrados, un buen sistema es que los padres hablen entre sí, por ejemplo en la mesa, de una cuestión seria de sexualidad, y el adolescente no dejará de prestar oído, aunque no se le interpele.
La conversación y la sana confianza ayudan a encarrilar al hijo, proporciona sosiego al padre y autoestima al joven. Cuanto más confianza haya entre padres e hijos, cuanto más diálogo y comunicación profunda haya en ambos sentidos, cuanto más los padres les sepan escuchar y entender y tengan a disposición de éstos la frase adecuada en el momento oportuno, menos riesgo hay de que los hijos adopten conductas peligrosas, porque donde hay confianza y en consecuencia sinceridad, disminuyen y casi desaparecen los problemas, pero los padres deben recordar que son padres, y que deben ejercer su autoridad de padres y adultos. Lo que los hijos necesitan son un padre y una madre educadores con autoridad, no que sus padres jueguen a colegas suyos. Es necesario que haya normas, lo más claras posibles, pero, aunque los padres sepan ser firmes, siempre es mejor que las reglas se expongan de forma más razonada que impositiva y tengan en cuenta la edad y madurez del adolescente. El buscar la confianza de los hijos, debe ser para ayudar a éstos, con su ejemplo, autoridad y dirección, con una combinación equilibrada de amor y disciplina, pero para ello han de ser padres responsables, capaces de sacrificarse por ellos, conscientes de su tarea de educadores y de transmisores de valores, y no simplemente amigos.
Los hijos han de procurar ver en sus padres algo más que como fuentes de dinero y fastidiosos obstáculos para sus caprichos y deseos y para su libertad siempre impaciente. Los padres por su parte han de educar en el sentido que el servicio a los demás es mejor y más importante que el simple consumismo y tienen que enseñar a sus hijos el valor del dinero y a saber utilizarlo con responsabilidad. El adolescente vive las instituciones educativas, como familia, escuela e Iglesia, muchas veces como represoras y portadoras de una moral de prohibiciones, pero también espera en ellas como instancias protectoras y de apertura de su futuro.
Deben los padres llamar por su nombre los fallos y las actitudes equivocadas. Ha de quedar claro que libertad no es libertinaje ni falta de compromiso, sino que incluye el comportamiento responsable, en el que por supuesto hay deberes y obligaciones, pero las normas han de ser claras, sencillas y sensatas. También hay que hacerles ver que, aunque no se haga ni consiga todo, no hay que conformarse con el nada, pues siempre se puede hacer algo en cualquier situación. Los padres han de dar orientaciones, pero, en lo posible, razonadas, para que los hijos vayan construyendo su propio sistema de valores, por lo que no deben impedir que éstos critiquen normas y tradiciones para ellos anticuadas y que busquen un ideal de vida asumido de modo personal. Para conseguir esto con frecuencia lo mejor no es imponer nuestros criterios, sino abrir pistas de reflexión para que el adolescente descubra por sí mismo los valores adecuados, no siendo infrecuente que, cuando se actúa así, los valores de los hijos terminan siendo muy parecidos a los de los padres.
Pedro Trevijano