Cinco meses después de que el Consell aprobase el proyecto de Ley sobre Transexualidad, que consagra la autodeterminación de la identidad de género en su inútil objetivo por «despatologizar la transexualidad» y atender una imaginaria «demanda social», trascendiendo incluso cualquier necesidad de pruebas psicológicas o médicas, el Estado, profundamente laicista, consigue alcanzar su meta hasta la degeneración del estatismo con la aprobación de la citada ley. Prevalece así la tiranía articulada en torno al consenso de las oligarquías sacralizado por la religión política democrática.
El estado de naturaleza hobbesiano ni es moral ni es religioso. Sólo hay en él nuda vida. Espiritualmente es Nada. El hombre, dominado por las pasiones, tiene que salvarse por sus propias fuerzas mediante la política como el poder de todos. Para Hobbes, el poder sólo puede ser benéfico si está monopolizado por el Estado a través del contrato, «la transferencia mutua de un derecho». La existencia social se explica como el compromiso de someterse al poder superior formado por la entrega de todos de su poder o libertad política particular a alguien que conserve la paz. Desde entonces la política será política estatal, política de poder. Este con-sentimiento producirá una nueva forma de naturaleza humana, individualista pero con voluntad de ser colectiva.
Rousseau se propuso reformar el Leviatán moralizándolo, dejando el Estado de ser un artificio para convertirse en un ser moral dotado de voluntad. Bajo la impronta del Estado Moral de Rousseau, el Estado Moderno ha evolucionado desde el Estado de Derecho -el imperio de la Ley- hacia el que Jouvenel denominó Estado Minotauro, con sus dos formas: el Estado Totalitario caracterizado por la violencia y el Estado del Bienestar caracterizado por la manipulación.
Asistimos así a la liturgia de la ley instrumentalizada al servicio del poder, capaz de reconfigurar cualquier orden, instaurando la nueva moralidad pública, una gestión de nuestra libertad política convertida en una fábrica indecente de derechos que el Estado Despótico Ilustrado (o «la política de la posverdad») nos proporciona con el fin de hacernos más felices, al mismo tiempo que aumentan su poder. Es algo definitivo: la política, después de sustituir la religión, decide la moralidad y la sociabilidad.
El Estado, propiedad de los partidos, acoge benévolo las neurosis propaladas por minorías poderosas y muy influyentes, llevando a cabo una indolora revolución cultural dirigida por la burocracia política que ejerce la dictadura legislativa, promoviendo así una inmensa inmadurez emocional, una obsesiva infantilización de la sociedad. No existe ninguna razón pública a favor de la legislación transexual, ni se debe legislar sobre preferencias o deseos, ni hay un pueblo que pueda tener por legítimas leyes que no quiere.
Se ha creado un hombre artificial, sin sexo, sin historia ni convicciones. Pero esta invención resulta que posee «derechos» y una voluntad «libre», en el sentido de una concepción negativa de la libertad: es libre para que no se le impida ser libre y no para obrar en función de un fin. Partiendo de estas premisas, el orden social sólo puede ser artificial: el individuo abstracto establece contratos con otros individuos abstractos, sobre un fondo de conflictos e intereses individuales, sobre la guerra de todos contra todos.
El neo marxista Herbert Marcuse, líder intelectual del 68, afirmó que «la historia es la negación de la naturaleza». La historia, piensa Marcuse, destruirá la naturaleza a fuerza de negarla, perdiendo también su razón de ser. Se impone el hombre andrógino, en el que se integran lo masculino y femenino armoniosamente, el hombre perfecto del futuro, un nuevo matriarcado, presupuesto de una sociedad en la que el ser humano posea otra sensibilidad y otra conciencia, un necesario «cambio estructural de la sociedad valenciana», como recordara Mónica Oltra, vicepresidenta de la Generalidad Valenciana.
Si Marcuse pensaba en una revolución dictatorial sobre la educación, puesta al servicio de la cultura, como transmisora de la ideología, la dictadura es ahora trouvée en la legislación. A través de la ley, se desarrolla en el hombre una sociedad liberada de los impulsos que todavía están hoy reprimidos, permitiendo la activación de la dimensión biológica de la existencia. La mutación antropológica se ha convertido en objeto de la política, viniendo a ser la condición humana la única enfermedad que es preciso curar en su raíz: la naturaleza humana. La política deviene así politización de la naturaleza con fines terapéuticos. El poder político es el único capaz de matar al adversario, en este caso la misma naturaleza humana, que deberá estar al servicio de la política, para hacer del hombre como a su juicio debe ser.
En realidad, para la ideología que está en el sustrato de la legislación el verdadero mal sería una cultura influenciada por la religión. Nos quiere, en fin, salvar el Estado desde la sacralización del poder político: «seréis como Dios». El consenso político laico en la democracia social abusa del Estado al convertirse en fuente de la verdad, actuando como religión política laicista que impone su voluntad de poder. Prometeo puede comprenderse como una criatura del Creador, pero también como alguien que intenta sustituirlo. Aquí es donde debería empezar cualquier estudio sobre ciertas leyes.
Roberto Esteban Duque, sacerdote