Hace unos días recibí un mensaje de whatsapp, en que el remitente me contaba de un retiro espiritual donde participaron unos 50 jóvenes.
Entre las cosas bellas y alentadoras que narraba, me quedó «dando vueltas» una expresión referida al estilo y los frutos del retiro:
«Estuvieron… aprendiendo (unos) a desmarcarse (despacito) de espiritualidades fláccidas y sentimentalistas como (otros) (también despacito) de asfixiantes sistemas gélidos y rígidos... anduvimos juntos por la transversal del péndulo hasta perforar la napa de la Tradición»
Andar por la transversal del péndulo… Pienso que así es, efectivamente, toda la vida cristiana, y especialmente la vida sacerdotal. No solamente para evitar los extremos que, en el mensaje, son realidades malas… sino también realidades buenas pero que no son la totalidad, el conjunto.
Andar por la transversal del péndulo es el anhelo del equilibrio - que no es tibieza- es la comprensión de la vida cristiana como un «cosmos», en el cual todo debe estar en su sitio, y donde es necesario mantener unidas y en su justa proporción aspectos diferentes, pero no opuestos.
En la vida concreta siempre nos resulta más fácil elegir uno de los extremos del movimiento pendular. Pero así nos perdemos de la verdadera belleza del pensamiento y de la concepción «católica» de la realidad. Nos perdemos del tesoro que de modo casi imperceptible ha constituido y nos ofrece la Tradición.
Por eso me molestan un poco las falsas oposiciones que surgen algunas veces en la presentación del ideal cristiano, y especialmente sacerdotal. Opciones preferenciales que al absorber de un modo excesivo la atención la vida interior del ministro, la terminan resecando, y volviendo a éste incapaz del gozo de la totalidad. De lo católico.
Se presentan algunas veces estos ideales cristianos y sacerdotales parciales e inconclusos, como si no fuera posible a un cura, por ejemplo:
- Defender con todas las fuerzas y por todos los medios la ortodoxia, y amar con todas las fuerzas y por todos los medios a quienes están en el error.
- Vivir en la pobreza y la austeridad en lo relativo a las propiedades personales, y buscar «lo mejor para Dios» en la Liturgia.
- Amar el latín, el griego y el riguroso pensamiento teológico, y disfrutar y admirar la experiencia sencilla de fe de quienes tal vez no saben leer el castellano, pero han leído e interpretado el lenguaje de Dios.
- Ser personas de una intensa vida de oración y contemplación, y dedicar horas a estar gustosamente con los fieles, hablándoles y mostrándoles al Amado.
- Cultivar una honda devoción al Dios Uno y Trino y al Misterio del Verbo encarnado, combinada con sencillos gestos de cariño a María y a los santos.
- Amar con pasión a la Iglesia Católica deseando que todos lleguen a ser parte de ella, y respetar y valorar a quienes aún no están, y tal vez no lleguen nunca.
- Ser penitentes, sufrir y afligirse por los pecados propios y ajenos… ser un espíritu reparador de los agravios hechos al Divino Corazón, y a la vez cultivar el sentido del humor y la alegría continua…
- Ser claros e inequívocos en el anuncio de la Verdad moral y las exigencias del Evangelio, y ser mansos, delicados y cordiales para poner «aceite y vino» sobre las heridas de las personas.
- Defender con pasión y verba encendida al nasciturus, y consolar con corazón de padre a la madre que llora al hijo que abortó.
- Admirar el gregoriano y la polifonía sagrada, y disfrutar con las modernas producciones de música cristiana, cada una en su ámbito.
- Saber decir que no, cuando sea preciso, con el rostro sereno y la mirada franca y transparente.
- Ser personas de una fe intensa y formada, y, a la vez, cultivar la inteligencia, el razonamiento y el sentido común sin ningún temor de que éstos hagan menguar la obediencia a Dios.
- Gustar y buscar la excelencia en tareas pastorales tan diversas como las cátedras filosóficas o teológicas y la atención de los enfermos, la atención del confesionario y la visita de los barrios, los medios de comunicación y la dirección espiritual, la adoración eucarística y las marchas pro-vida, los retiros espirituales y la administración parroquial… el goce de un Oratorio de Bach y del partido de básquet del equipo preferido.
Sin necesidad de elegir sólo una de cualquiera de las opciones, o en todo caso, si existe una vocación de especial consagración a sólo algo, alabando y apoyando todo lo demás.
En esa búsqueda andaremos, hasta el fin. Por la transversal del péndulo.
Leandro Bonnin, sacerdote