Entre los consejos que se suelen dar a los padres de familia para la educación de los hijos, suelen aparecer dos muy importantes:
Los padres deben responder siempre a las preguntas de los hijos con la verdad.
Especialmente en temas sensibles, como suele ser la educación en la sexualidad (educación para el amor) se aconseja a los papás y mamás que nunca dejen preguntas sin responder. Porque los hijos, si notan una tendencia evasiva o un temor a dar respuestas… las buscarán en otros lados. Y muchas veces lo que oigan no será lo mejor para ellos. Nadie más capacitado –por naturaleza y por la gracia- para enseñar que el papá y la mamá.
Los padres deben dar a los hijos normas claras y asegurarse de que ellos las hayan entendido.
Suelen decir los pedagogos que en la vida familiar es preferible que las normas no sean muchas, pero que las que existan sean claras y comprensibles. La multiplicación de las normas puede crear una atmósfera de «asfixia», como una constante incomodidad. La falta de claridad, por otro lado, suele generar confusión, con la consiguiente culpa infundada (cuando se hizo algo pensando que era malo cuando en realidad era bueno) o la laxitud destructiva (cuando por falta de claridad se naturalizó como bueno algo que en realidad era malo). Se dice a los papás que deben tener la seguridad de que sus hijos han comprendido, y si es necesario volver a explicarles. La falta de claridad en las normas genera en un hogar el caos y la división: un hijo entendió que podía mirar televisión hasta las 23, otro que no se podía mirar; uno que estaba permitido usar el móvil en la mesa, el otro que no. Uno que salían de paseo a las 16, el otro a las 18… Imposible vivir en armonía con ese panorama.
Permítaseme decir, con sencillez y sin afán de novedades, que estos dos mismos consejos son válidos para todos los que tienen que ejercer algún tipo de autoridad en la sociedad y en la Iglesia.
Respuestas a los cuatro cardenales
Y sin necesidad de agregar mayores fundamentos ni argumentaciones, yo creo que es muy conveniente que el Santo Padre conteste a las preguntas de los 4 cardenales. Nadie más indicado que él, que fue elegido para este oficio. Y pocas cosas más necesarias en este tiempo de «pensamiento líquido» y de relativismo que la voz del pastor para aplacar dudas.
Pero dirán algunos, en relación a la consulta de los 4: ¿no es un grave error por parte de estos hacer pública su consulta? ¿No genera división, no debilita la autoridad del Papa, no parece avalar toda una serie de actitudes conspirativas?
Ante esta objeción, mi primera reacción es –con una pizca de ironía, lo admito- afirmar: si los cuatro cardenales buscan a Dios y deciden hacer pública la consulta, ¿quién soy yo para juzgar?
Mi segunda reacción, es advertir –una vez más, por si era necesaria aún otra confirmación- la intolerancia de los «tolerantes» y la severidad de los «misericordiosos». Ni una palabra de comprensión, ni un pensamiento benévolo para ellos, ni una «suspensión de juicio» sobre sus intenciones. Aquí sí, los amantes y defensores del lenguaje difuso, se vuelven precisos e inconfundiblemente contundentes para condenar. No es posible, según ellos, afirmar que alguien comete pecados… excepto quienes osan contradecir sus ideas. Para ellos no hay «gradualidad» ni «atenuantes»: son golpistas eclesiales, conspiradores rigoristas e incorregibles. Raro, ¿no?
Pero mi tercera reacción –creo que es la más valiosa de todas- fue de experimentar una gran paz en mi alma, y estoy seguro que lo mismo ha ocurrido a muchos sacerdotes «de a pie» como yo. Sacerdotes que estamos, día a día, en la brecha. Sembrando, desmalezando, cosechando algunas veces. En el ambón, en el confesionario, en las aulas, en las redes sociales. Invisibles, muchas veces, en la trinchera. Intentando esparcir la buena semilla del Evangelio.
Los debates del Sínodo y algunas expresiones de la carta Amoris Laetitiae habían traído una inquietud importante a nuestras almas. Nos sentíamos confundidos, preocupados, desasosegados. Nos preguntábamos, una y otra vez: ¿yo estoy leyendo bien, estoy entendiendo bien? ¿Es este lenguaje y esta doctrina la que bebimos con fruición en nuestro tiempo de estudio? ¿Qué quieren decir ciertas expresiones?
Los frutos de estas cavilaciones suelen ser, en igual proporción, la tristeza y la parálisis. Porque sólo la seguridad, la certeza y la claridad son capaces de generar convicción, y acción evangelizadora. Esa es la realidad: la duda es siempre estéril apostólicamente hablando.
La carta con la consulta de los 4 cardenales nos ha traído paz. Nos ha ayudado a sentirnos menos solos, sabiendo que no éramos únicamente nosotros, curas «de a pie», quienes nos sentíamos turbados e inquietos.
4 hombres de Iglesia, beneméritos y prestigiosos, con autoridad intelectual y moral, ponían por escrito y expresaban lo mismo que nosotros sentíamos. No eran locuras ni ocurrencias nuestras, tal vez confundidos por la falta de reflexión o estudio.
Quiera Dios que nuestro Padre responda sus preguntas, que son las de miles y miles de sacerdotes invisibles. Quiera Dios que el Magisterio pontificio, la confirmación en la fe, la respuesta del Padre de esta gran familia de Dios, devuelva la paz y la unidad en la verdad a todos.
Leandro Bonnin, sacerdote