In memoriam, Cardenal Marcelo González Martin
Se cumplen ya 12 años del fallecimiento de un “pastor de pastores”, del que me considero “hijo”. Fue en el año 1979 cuando conocí al entonces Cardenal de Toledo, D. Marcelo González Martín. Al poco tiempo ingresé en el Seminario Conciliar de la Archidiócesis toledana. El año anterior, en noviembre de 1978, nueve obispos españoles, encabezados por D. Marcelo, habían publicado una carta pastoral en la que tuvieron el atrevimiento de señalar la ambigüedad con la que habían sido redactados algunos puntos del texto constitucional que se sometía entonces a referéndum. En aquella pastoral, entre otras cuestiones, se ponía en duda que la formulación genérica del artículo 15 de la Constitución Española –«Todos tienen derecho a la vida»— pudiera impedir la posterior aceptación del crimen del aborto en la legislación española…
Ciertamente, el posicionamiento de D. Marcelo no era políticamente correcto, ya que la sensibilidad dominante en aquel momento propugnaba transigir el mal menor, con la noble intención de alcanzar la reconciliación. Desgraciadamente, a día de hoy, tenemos que reconocer que la sociedad española está fracturada y enfrentada; y no parece que el principio del mal menor haya sido la puerta para el bien común.
En nuestro argot eclesiástico se suele designar con el calificativo de “profético” al pastor que afronta la realidad desde unos parámetros evangélicos que trascienden los condicionamientos del momento y del lugar. Pienso que D. Marcelo es un claro exponente de ello, por cuanto sin distraerse por las luchas políticas y eclesiásticas del momento, concentró todos sus esfuerzos en la formación sacerdotal de los jóvenes llamados a ser los pastores del futuro. Ciertamente, no pretendió vivir aquel momento histórico desde la cresta de la ola; sino poniendo las bases que posibilitasen la evangelización de lo que estaba por llegar: una sociedad post cristiana. Asumió el papel del pastor que es capaz de caminar a contracorriente, anteponiendo la coherencia a la complacencia; consciente de que las páginas decisivas de la historia de la Iglesia se han visto siempre acompañadas de incomprensiones. Recientemente he podido enviar el siguiente mensaje a las redes sociales: «Si no eres capaz de convivir con las críticas, tendrás que renunciar a hacer cosas que merezcan la pena». Probablemente, la herejía del siglo XXI consista en reducir la predicación del Evangelio a los valores que sintonizan con lo políticamente correcto, silenciando todo aquello que resulte incómodo al pensamiento único de nuestros días; a la dictadura del relativismo. Por ello, cuando recibí la invitación a escribir este artículo, no dudé en hacerlo; ya que pienso que la figura de D. Marcelo tiene una gran potencialidad para iluminar el presente.
Los analistas que están subyugados por la mundanidad de lo políticamente correcto, han juzgado la figura de D. Marcelo como la de un obispo que vivió el Concilio Vaticano II con espíritu abierto, pero que posteriormente terminó virando para pasar a frenar la aplicación de las reformas conciliares. La primavera posconciliar de un primer momento habría sido cercenada de forma brusca, transformándose en un crudo invierno eclesial bajo el pontificado de Juan Pablo II... Sin embargo, lo cierto es que D. Marcelo no se caracterizó por realizar cambios bruscos en su itinerario, sino que se limitó a reaccionar ante las gravísimas deformaciones que caricaturizaban el Concilio Vaticano II. En aquel momento tan crítico de la década de los setenta y ochenta, se apelaba al supuesto “espíritu” del Concilio, para superar la propia “letra” aprobada por los Padres Conciliares. El riesgo de manipulación ideológica era grande. ¿Cómo conocer el espíritu conciliar al margen de sus escritos?
La postura crítica de D. Marcelo González Martín frente a esas interpretaciones incorrectas, se vio posteriormente respaldada por el entonces cardenal Ratzinger, quien –ya como Papa— describió aquel momento como la pretensión de entender el Concilio desde una hermenéutica de la discontinuidad. El gran error fue y sigue siendo, el de la presentación de la reforma de la Iglesia en clave de ruptura con su propia Tradición. El equívoco es evidente: mientras que el espíritu mundano entiende la llamada a la reforma de la Iglesia como una invitación a adaptarse al pensamiento mayoritario contemporáneo; la Tradición eclesial entiende por “reforma” la vuelta a la pureza original en la radicalidad evangélica.
El equilibrio mostrado por D. Marcelo en aquel momento, resistiéndose a una interpretación dialéctica de la reforma eclesial, cual si de los bandazos de la ley del péndulo se tratase, continúa siendo un modelo a imitar para nosotros. En efecto, la frescura del carisma del Papa Francisco, que es un verdadero “kairós” para la vida de la Iglesia y del mundo, está siendo manipulada una vez más contra la Tradición de la propia Iglesia, como ocurrió en la aplicación del Concilio Vaticano II. Y así, por ejemplo, se pretende manipular la Exhortación Postsinodal, “Amoris Laetitia”, en clave de discontinuidad con “Familiaris Consortio” de Juan Pablo II... Podríamos poner muchos ejemplos más, alguno muy reciente: El mes de julio se hacía pública una Instrucción Pastoral de la CEE, “Jesucristo, salvador del hombre y esperanza del mundo”, en la que de forma propositiva se sale al paso de diversos errores cristológicos. Pues bien, este documento ha encontrado el rechazo de algunos medios de información de la vida eclesial española, quienes surfeando en la cresta de la ola, califican el documento episcopal como un texto de otro tiempo, y lamentan la ocasión perdida para exponer una Cristología que interpele a la sociedad como lo hace Francisco. Como ocurrió anteriormente con la apelación al Concilio, en nuestros días se deforma y manipula el carisma del Papa Francisco enfrentándolo con la propia Tradición de la Iglesia. Corremos el peligro de repetir los errores cometidos a lo largo de la historia, en la medida que no seamos capaces de aprender de ellos.
D. Marcelo González Martín fue un pastor de profundo equilibrio en medio de aguas turbulentas. Dar bandazos suele ser signo de inseguridad en la propia identidad. Por el contrario, el equilibrio requiere celo apostólico, criterio y humildad. ¡Que el Señor nos de pastores conforme a su Corazón!
+ José Ignacio Munilla Aguirre
Obispo de San Sebastián