Desde hace ya bastantes años se viene difundiendo en todos los ambientes, a partir del llamado primer mundo una ideología que, junto con el relativismo, parece ser una característica de estos comienzos del siglo XXI. Es la llamada perspectiva, visión o ideología de género, que tiene poderosos patrocinadores a nivel mundial.
El siglo XX padeció especialmente el influjo de dos ideologías: el nazismo de Hitler y el comunismo soviético. Con las características propias de toda ideología: una idea de fondo no demostrable, pero que se presenta como demostrada: la superioridad de la raza aria, o la lucha de clases como motor del progreso histórico. Esa idea de fondo se presenta como un imperativo radical, que ha de imponerse a todos.
La ideología de género parte de la negación de la naturaleza humana. Al no existir esa naturaleza humana, todo se reduce a cultura, a creación humana. La naturaleza enseña que el género humano se realiza en dos sexos, varón y mujer. Y que no hay un tercer sexo. En cambio esta ideología pretende que el sexo biológico no tiene mayor importancia. Lo relevante es el género, una construcción cultural según la cual es el individuo el que decide su propio género, como un rol social.
Otro desafío surge de diversas formas de una ideología, genéricamente llamada gender, que «niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer. La identidad humana viene determinada por una opción individualista, que también cambia con el tiempo» (Papa Francisco, Exhort. Apost. Amoris laetitia, n. 56).
Como otras ideologías ésta tiene pretensiones totalitarias: imponerse como herramienta de dominio que configure la vida social e incluso a la familia y a la persona humana. Es inquietante que algunas ideologías de este tipo, que pretenden responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles, procuren imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños. No hay que ignorar que «el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender), se pueden distinguir pero no separar» (idem).
Si la naturaleza humana y sus leyes propias, designio del Creador, no existe, todo es cultura, creación convencional del hombre. Nada impide entonces que la técnica sustituya a la Ética. Por otra parte, «la revolución biotecnológica en el campo de la procreación humana ha introducido la posibilidad de manipular el acto generativo, convirtiéndolo en independiente de la relación sexual entre hombre y mujer. De este modo, la vida humana, así como la paternidad y la maternidad, se han convertido en realidades componibles y descomponibles, sujetas principalmente a los deseos de los individuos o de las parejas»(idem).
El amor a la verdad no quiere decir intransigencia con las personas que se equivocan. Las personas han de ser respetadas siempre. Una cosa es comprender la fragilidad humana o la complejidad de la vida, y otra cosa es aceptar ideologías que pretenden partir en dos los aspectos inseparables de la realidad. No caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador. Somos creaturas, no somos omnipotentes. Lo creado nos precede y debe ser recibido como don. Al mismo tiempo, somos llamados a custodiar nuestra humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla como ha sido creada (idem).