Es un término de probable origen valenciano, corriente a fines del siglo 19. Denota a una persona que comete actos de grosería o incivilidad. Dentro de los actos constitutivos de gamberrismo han de incluirse las palabras. Hablar es actuar. Por la sola palabra, oral o escrita, se configuran la mentira, la calumnia, la injuria, el falso testimonio. El juramento o promesa de respetar la Constitución y las leyes; la declaración de patrimonios, de ingresos, de aduana; el consentimiento matrimonial; la aseveración procesal de un testigo o perito, la confesión judicial o sacramental tienen por vehículo indispensable la palabra.
El gamberro tuerce y contamina el valor de la palabra. Naturalmente se presume que el hablante usa la palabra como expresión fiel de lo que piensa. Un mentiroso o farsante habitual peca de incivilidad porque traiciona la confianza que el ciudadano común pone en la ecuación palabra=pensamiento. Y cuando el gamberro dispara su verbo para enlodar la honra de otro y pintarrajearlo en público como leproso que debe ser evitado y excluido del trato social, su palabra se vuelve en contra suya porque transparenta lo que anida en su alma: resentimiento y veneno. El daño personal y social provocado por el gamberro se multiplica cuando éste ocupa un cargo de alto relieve y pública exposición. Y su culpa se agrava si en lugar de reconocer honestamente su culpa, se jacta y congratula de haber hablado como habló, alegando que su veneno tuvo efectos medicinales.
De ahí que la ortografía y la ortolalia u ortología (el hábito de escribir y hablar correctamente) sean mucho más que una cuestión simplemente técnica o estética. Se adentran de lleno en el corazón de una cultura cívica, ética y ascética .El gamberro habitual es un mal educado; infringe –con daño y dolor de terceros– normas elementales de convivencia; y revela una incapacidad de controlar sus instintos y apetitos que termina haciendo de él un peligro para la sociedad. No se puede olvidar que por la palabra se incuba, destila y prolifera el odio racial, político o religioso; se diseminan prejuicios y desconfianzas globales; y se destruye –mediática e irresponsablemente– la presunción de inocencia de toda persona clamorosamente denunciada o investigada. La honra vale más que la vida. Una persona deshonrada por la palabra de otros ya está juzgada y socialmente muerta. Alguien se encargará de consumar su homicidio. Tribunales de ética y Cortes de justicia podrán expedir un veredicto de absolución o condena de un gamberro. Pero corresponde a los educadores natos: familia, maestros, comunicadores sociales hacer explícito su repudio a toda forma de gamberrismo.
Cuando mi sabia madre nos sorprendía expeliendo basura por la boca, nos pegaba un retumbante coscacho en la oreja, para luego poner granos de pimienta en nuestra lengua y sentenciar: «tú eres boca de Cristo».
Raúl Hasbún, sacerdote
Este artículo fue publicado originalmente por Revista Humanitas, www.humanitas.cl