Leo en Infocatólica que el profesor John McAdams ha sido despedido de una universidad católica por apoyar la defensa del matrimonio tradicional. El suceso se remonta al año 2014, cuando una profesora de la universidad católica jesuita de Marquette, Cheryl Abbate, diera por sentado el derecho al «matrimonio» del mismo sexo y a los demás derechos LGTB, porque «todo el mundo está de acuerdo con esto, así que no hace falta discutirlo». Fue entonces cuando un alumno consideró que no había que dar eso por supuesto, y la respuesta de la profesora fue: «Puedes pensar lo que quieras, pero te advierto que en esta clase no se toleran los comentarios homófobos, racistas y sexistas». Después de escuchar que algunas formas de vida puedan ser intrínsecamente mejores que otras -algo considerado como intolerante y ofensivo- la profesora solicitó al alumno abandonar definitivamente su clase.
El relato de la secularización elaborado por la Ilustración no sólo está consolidado en Occidente sino que cualquier intento por contrarrestar sus efectos parece conducir al fracaso. Pero lo más grave es que dicho relato considera que cualquier otra cosmovisión, especialmente el relato cristiano, es inherentemente peligroso y violento, un discurso «homófobo, racista y sexista» que debe salvarse mediante el reconocimiento del otro como portador de supuestos derechos individuales.
La agenda ideológica está impresa en las instituciones de la misma Iglesia católica. Definitivamente, la Iglesia ha sido domesticada por el estado y la sociedad civil, renunciando de un modo idólatra al uso de sus propios recursos, a su cuerpo doctrinal. Si educar ciudadanos en una universidad católica significa renunciar a una concepción fuerte de la verdad para realizar un determinado proyecto secularizador no sólo se estará educando para ser ciudadano del estado, olvidando que también somos ciudadanos del cielo y conciudadanos de los santos, evitando así la formación católica dentro de las propias universidades, sino que se estará pagando un precio demasiado elevado donde cada uno realizará la elección de sus propios deseos e intereses y la Iglesia habrá encontrado paradójicamente su locus en el sometimiento y absorción dentro del estado moderno secular.
Cuando esto ocurre, la Iglesia parece dedicada a encarnar y producir el proyecto del estado, haciendo depender sus propias universidades de un mapa racional del estado, bien captado en la famosa imagen que usa Foucault del Panopticon, un espacio carcelario organizado alrededor de una torre de vigilancia central. Invocar el matrimonio homosexual como un derecho, tal y como hace la citada profesora, significa tanto como la exigencia de un acatamiento incondicional al resto de la sociedad, la absolutización de aspiraciones relativas o falsos derechos con la pretensión de hacerlos tan válidos como universales, la consagración de una sociedad disciplinada desde el poder secular.
La condición de ciudadano ha sustituido a la condición del discípulo. Al desterrar a la teología de la esfera pública, la Iglesia ha encontrado dificultades para hablar con integridad teológica incluso dentro de la propia Iglesia. Los flujos del poder desde la Iglesia hacia lo público se han invertido, amenazando con inundar la Iglesia misma. Cuando los alumnos que estudian en las universidades católicas deciden comprometerse en una formación católica no pueden aceptar sin objeción alguna que sus formadores sostengan principios contrarios a la doctrina de la Iglesia, renegando de su condición de bautizados en favor de una imaginaria «neutralidad» secular o de un falso cuerpo público ideologizado.
La conclusión de semejante incidente protagonizado en una universidad católica jesuita es que cualquier cosmovisión libre de todo anclaje trascendente no ha hecho el mundo menos violento; únicamente ha hecho la violencia más arbitraria y más intensa. La resistencia cristiana a la violencia del estado depende de una recuperación de los recursos de resistencia de la propia Iglesia. Cuando se aprueba y bendice la sedición de un profesor ante los principios doctrinales de una universidad católica y se expulsa y demoniza de la misma a quien se mantiene incólume a la doctrina se está reconociendo que el único poder es el poder civil. El Leviatán ha engullido a la entera Iglesia entre sus fauces. Llegará el día, ya está aquí, en que el sacerdote sea suspendido de su ministerio cuando en la Iglesia anuncie el Evangelio.
Roberto Esteban Duque, sacerdote