El tema del aborto está ausente del debate ideológico, mediático y moral en España, en particular, y en Occidente en general. Una especie de pacto de silencio se extiende sobre él. De los grandes partidos españoles, hay tres que se sitúan en lo que se ha llamado el «consenso socialdemócrata» -PSOE, PP, Ciudadanos-. Dos -uno más los restos de otro- se posicionan a la izquierda de la socialdemocracia: Podemos e IU. En los primeros hay un acuerdo básico en cuanto a familia, moral, educación, etc., con pocas matizadas diferencias. Dentro de este acuerdo está el tema del aborto y la defensa de la vida, que el PSOE ha legislado en dos ocasiones (en 1985, con un gobierno de Felipe González, y 2010, con Rodríguez Zapatero) y que el PP nunca ha modificado sustancialmente, incluso cuando ha dispuesto de mayoría absoluta. Por otra parte, los partidos de la izquierda más radical tienen unas posiciones sobre este tema inequívocas y poco matizables.
Es una cuestión que parece no suscitar controversia en la sociedad española. Aquellos que remueven un poco estas aguas son una minoría que unen a su incasable entusiasmo, su escasez numérica, su pobre proyección mediática y su falta de medios, si los comparamos con los que dispone la abrumadora mayoría que da por bueno -o miran para otro lado- el actual status quo.
Incluso los que parecen que tendrían que estar en lugares de vanguardia en esta lucha -personas significativas de la Iglesia, teólogos, intelectuales, prelados- son, con excepciones, más bien tibios y ponen el tema en un lugar secundario, por detrás de los temas sociales.
Bastaría, para hacer una comprobación cuantitativa de lo que digo, ver qué partidos de los que se han presentado a las últimas elecciones generales planteaban medidas de defensa de la vida; y hacer un cómputo de sus votos obtenidos.
¿Por qué se acepta como normal, como un uso apoyado por una amplia vigencia social esta práctica contraria, no sólo al concepto cristiano de la vida, sino a los más elementales principios del Derecho Natural y a una evidencia científica que, hoy en día, ya es incuestionable?
Hay varios factores que coadyuvan a este fenómeno.
Se trata, en principio, de un tema que no es mediático, que tienen más bien un carácter morboso y poco atractivo.
Otro factor es que aquellos que cuestionan el aborto se sitúan ante la opinión pública en posiciones ultraconservadoras y casi integristas. El dominio que ejerce la izquierda en el mundo mediático y cultural, en el lenguaje y los valores, hacen que los que cuestionan el aborto queden situados en posiciones marginales. En realidad, algo tan obvio como la defensa de la vida humana como valor fundamental debería ser compartido por todas las ideologías y por todos los hombres de buena voluntad.
La gravedad, pues, no radica sólo en los hechos -gravísimos en sí mismos- sino en lo que Julián Marías considera su aceptación como «vigencia social». Lo grave es que un gran número de personas acepte como normal la eliminación de la vida humana con toda normalidad. «Me parece que la aceptación social del aborto es, sin excepción, lo más grave que ha acontecido en este siglo que se va acercando a su final»(La cuestión del aborto, en ABC, 19-III-2009). El ocultamiento de este debate, la aceptación social de esta aberración muestra la esencial vaciedad, la radical anemia de valores que sufre nuestra sociedad. Para Marías, la raíz de esta enorme disfunción moral es el olvido de la «condición personal» del hombre. «El núcleo de la cuestión es la negación del carácter personal del hombre» (Ibíd.) Junto al terrorismo y a la extensión del uso de las drogas, son los tres males de nuestro tiempo (Los males presentes, ABC, 31-X-2002). Los tres tienen su origen histórico, aunque sus raíces se extienden más allá en el tiempo, en la década de los sesenta.
Esta idea de vaciamiento moral, de despersonalización es compartida por pensadores no creyentes. El escritor austriaco de origen judío y agnóstico, Hermann Broch escribe en 1941, conmocionado por el ascenso de Hitler e intuyendo las catástrofes que se avecinan: «el problema de la pérdida de los absoluto, el problema del relativismo (…) ese gigantesco maquiavelismo que se viene preparando intelectualmente desde hace unos cincuenta años y cuyas consecuencias apocalípticas vivimos hoy en la realidad» (Autobiografía psíquica). Marías y Broch, desde perspectivas distintas, parecen apuntar a un mismo origen del problema: «los axiomas de la forma de vida cristiana habían perdido durante el siglo XIX su carácter absoluto» (Broch, Ibíd.).
Pero no por ocultado, el tema deja de ser fundamental, en el sentido literal: es el fundamento, la raíz de las demás temas sociales, morales y políticas. ¿Cómo preocuparnos por cuestiones sociales, educativas, económicas, ecológicas, que sirvan para mejorar las condiciones de la vida humana, si ponemos en cuestión el valor de la vida humana y su carácter personal? ¿No estamos construyendo un árbol de frondosos ramajes, de vistoso tronco y cuyas raíces están secas? Todo el gran discurso ilustrado del progreso se diluye, entonces, como una pompa de jabón sin el sustento de la radical dignidad de la persona y de su primero y más fundamental derecho: el derecho a la vida.
Tomás Salas