Estamos en la Semana de la Mujer, ya que el día 8 se celebra el día internacional dedicado a ellas, una ocasión para recordar su dignidad y valor ante Dios y los hombres.
¡Conviene destacar que fue el cristianismo el que salvó la dignidad de las mujeres! La historia, por medio de los testimonios de Juvenal y Ovidio, nos dice que la moral sexual y la fidelidad conyugal se encontraban en una degradación extrema antes del cristianismo. Podemos comprobarlo contemplando la situación actual de las mujeres en los pueblos que no conocen el cristianismo. A principios del siglo II, Tácito afirmó que una mujer casta era un fenómeno excepcional. Galeno, el médico griego del siglo II, se impresionó con la rectitud de la conducta sexual de los cristianos. Los mismos historiadores se ven obligados a confesar que fueron los cristianos los que restablecieron la dignidad del matrimonio.
Las mujeres encontraron en la Iglesia, según su propia condición, el lugar adecuado para su dignidad: pudieron formar comunidades religiosas que se autogobernaban, dirigir sus propias escuelas, conventos, colegios, hospitales y orfanatos, algo impensable en el mundo antiguo (cf. Thomas E. Woods, Jr., «Cómo la Iglesia Católica construyó la civilización occidental»).
Hoy debemos expresar nuestro agradecimiento a las mujeres, a todas y cada una, como lo hizo Juan Pablo II en su Carta a las Mujeres del 29 de junio de 1995:
«Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida.
Te doy gracias, mujer-esposa, que unes irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.
Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.
Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del «misterio», a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad.
Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad a vivir para Dios una respuesta «esponsal», que expresa maravillosamente la comunión que El quiere establecer con su criatura.
Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas».
Dom Fernando Arêas Rifan, obispo de la Administración Apostólica San Juan María Vianney
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