En una intervención realizada en Ottawa ante el Comité Especial Adjunto sobre muerte asistida por médicos, el cardenal Thomas Collins, compareciendo en nombre de la Coalición a favor de la protección de la salud y la conciencia, se opuso al suicidio asistido y urgió a los legisladores a proteger el derecho de objeción de conciencia de los proveedores de servicios de salud. Este es el texto de su intervención:
Durante siglos, organizaciones y comunidades basadas en nuestra fe han cuidado de los más vulnerables en nuestro país y continúan haciéndolo en nuestros días. Sabemos lo que es acompañar a aquellos que se enfrentan a un gran sufrimiento mental y corporal, y nosotros estamos comprometidos a servirles con amor compasivo, que está enraizado en la fe y que se expresa en los mejores servicios médicos de que disponemos.
Estamos reunidos con una misión común:
- Respetar la santidad de la vida humana, que es un regalo de Dios.
- Proteger a los vulnerables; y,
- Promover la capacidad de los individuos y de las instituciones para proporcionar cuidados médicos sin ser forzados a comprometer sus convicciones morales.
Esta misión hace que no podamos apoyar o transigir con el suicidio asistido o eutanasia.
La muerte es la conclusión natural del camino de la vida en este mundo. Como el autor del libro del Eclesiastes observó sabiamente hace mucho tiempo: «El polvo vuelve al tierra donde estaba, y el aliento de la vida vuelve al Dios que la dio». La muerte nos llega a todos, y por eso los pacientes están totalmente justificados cuando rechazan tratamientos gravosos y desproporcionados que solo prolongan el inevitable proceso de morir. Pero hay una diferencia absoluta entre morir y ser asesinado. Nuestra convicción moral es que nunca está justificado que un médico ayude a quitar la vida de un paciente, bajo ninguna circunstancia.
Les urgimos a considerar con cuidado los drásticos efectos negativos que el suicidio asistido por médicos tendrá en nuestro país.
- Matar a una persona dejará de verse como un crimen, y llegará a considerarse como una forma más de cuidado de la salud.
- Según el Tribunal Supremo, los adultos de cualquier edad –no solo los que estén a punto de morir– pueden pedir el suicidio asistido. Pero, siguiendo la estela de algunos países europeos, de cuyas experiencias respecto al suicidio asistido y la eutanasia hacemos caso omiso bajo nuestro propio riesgo, el Consejo de expertos territorial-provincial va más allá de la restricción a adultos y ha propuesto incluir en la posible petición de suicidio asistido a los niños.
- En la práctica, el derecho a morir se convertirá en algunos casos en el deber de morir, como una presión sutil ejercida sobre los vulnerables.
- Aquéllos llamados a la vocación de sanar se verán, consiguientemente, forzados a matar, con un efecto grave tanto en la integridad de la profesión médica, comprometida a no dañar, como en la confianza que los pacientes tienen en quienes buscan curación. Incluso para los médicos que en principio apoyan esta legalización no será fácil cuando experimenten estás implicaciones de largo alcance.
El fuerte mensaje del Tribunal Supremo es inconfundible: algunas vidas no merecen la pena. Discordamos apasionadamente.
A la luz de todo esto, está claro que habrá personas razonables, con o sin fe religiosa, que puedan tener la convicción moral bien fundada en su conciencia que los prevenga de comprometerse en modo alguno en facilitar el suicidio asistido o eutanasia. Merecen ser respetados.
Es esencial que el gobierno asegure la efectiva protección de la conciencia para quienes proporcionan cuidados de salud, tanto instituciones como individuos. No deberían ser forzados a realizar acciones que van contra su conciencia, ni reenviar la acción a otros –lo que equivale moralmente a participar en el acto mismo: simplemente no está bien ni es justo decir: no tienes que hacer lo que va contra tu conciencia, pero debes asegurarte de que eso se haga–
Nuestro valor como sociedad se medirá por el apoyo que damos a los vulnerables. Las personas que se enfrentan a la enfermedad pueden escoger acabar con su vida por razones de aislamiento, desánimo, soledad o pobreza, incluso aunque puedan quedarles muchos años por vivir. ¿Qué dice de nosotros una sociedad cuando los enfermos y vulnerables se sienten como cargas entre nosotros? A menudo, una petición de suicidio es una petición de ayuda. La sociedad debería responder con cuidado y ayuda compasiva a las personas, no con muerte.
Hasta ahora la mayoría de ciudadanos canadienses no tienen a disposición cuidados paliativos apropiados. Es un imperativo moral para todos los niveles de gobierno en nuestro país enfocar la atención y los recursos en proveer esos cuidados, que ofrecen control médico efectivo del dolor y, lo que es todavía más importante. acompañamiento amoroso para aquellos que están aproximándose al inevitable fin de su vida en la tierra.
Cardenal Thomas Collins, arzobispo de Toronto (Canadá)
Traducido por Josep Maria Fontdecaba Climent del equipo de traductores de InfoCatólica