Dios nos invita de nuevo a volver a su Casa, a la Iglesia, a los sacramentos del perdón y la Eucaristía, y para eso derrocha su gracia en nuestros corazones. Si Dios nos quiere tanto y quiere siempre nuestro bien, cómo permanecer rezagados, perezosos, en medio de nuestras malas costumbres, nuestros vicios, nuestros pecados. Un año nuevo nos invita a una vida nueva, a una vida de gracia, a una conversión radical. Acojamos con esperanza esa misericordia de Dios.
Comienza el año con la solemnidad de Santa María Madre de Dios, como primera página de este almanaque. Ella es bendita entre todas las mujeres, porque es bendito el fruto de su vientre, Jesús. Ella ha concebido virginalmente al Hijo eterno de Dios, dándole su propia carne y sangre, que un día será derramada en la Cruz para el perdón de los pecados del mundo entero. Ella permanece virgen para siempre, mostrándonos la belleza de una vida consagrada del todo a Dios y puesta al servicio de todos los hombres. Ella es Madre de misericordia para todos nosotros pecadores, por quienes ruega constantemente.
En el primer día del año, celebramos la Jornada mundial de la paz 2016, con el lema dado por el papa Francisco: «Vence la indiferencia y conquista la paz». La paz es un don de Dios que busca anidar en el corazón de cada persona, en el ámbito de cada hogar, en toda la sociedad y en el concierto de las naciones. Al darnos Dios su paz, quiere darnos todos los dones, pero busca para ello corazones que acojan este don y trabajen activamente por difundir esta paz.
Vivimos en un mundo amenazado constantemente con acciones que rompen el equilibro y la paz del mundo: terrorismo, persecución, refugiados, trata de personas, esclavitud. Un mundo desequilibrado, que está viviendo la tercera guerra mundial por etapas. Según el Papa Francisco: «El mundo necesita reconciliación en esta atmósfera de tercera guerra mundial por etapas que estamos viviendo», dijo a su llegada a La Habana el pasado 20 de septiembre. No podemos permanecer indiferentes, escudados en nuestro bienestar de occidente y pensando que tales problemas no nos afectan a nosotros.
El Papa nos invita a adoptar una postura de buen samaritano (Lc 10,30ss), aquel que bajaba de Jerusalén a Jericó y se encontró con un hombre apaleado por la vida y dejado en la cuneta. Algunos pasaron indiferentes, no quisieron implicarse, no querían problemas. Pero el buen samaritano «lo vio y se conmovió», se detuvo, se abajó de su cabalgadura y tomó sobre sí el cuidado de aquella persona, pagando por él el alojamiento en la posada. «Anda y haz tu lo mismo», concluye Jesús en esta parábola. He aquí la actitud con que la Iglesia, cada cristiano y la entera humanidad han de reaccionar ante los males presentes.
La indiferencia se vence con la solidaridad, como ha hecho Jesucristo, que al hacerse hombre se ha unido de alguna manera con cada hombre, ha cargado con sus miserias y le ha llevado a la posada de su Iglesia, de la comunidad, para ser sanado de sus heridas. Sólo una cultura de la solidaridad puede vencer el egoísmo de nuestras indiferencias. El Año de la misericordia es una nueva invitación a salir al encuentro de toda persona que sufre, acercarnos a ella, dejarnos conmover por su situación y compartir su sufrimiento para aliviarlo con el bálsamo de nuestro amor.
Año nuevo, vida nueva. Que la misericordia de Dios sea la tónica de este año, para acogernos unos a otros en la verdad y en la caridad.
Recibid mi afecto y mi bendición
Demetrio Fernández