Actualmente, en Alemania, el Instituto Max Plank de Física está por dar un paso decisivo en sus pruebas con el reactor «Stellarator», que produciría energía mediante la fusión de núcleos atómicos (imitando lo que ocurre en el núcleo del Sol), pero sin los riesgos de las centrales nucleares, tanto de seguridad como de desechos radiactivos. Se podría crear así energía de forma totalmente limpia e incluso, aseguran sus promotores, infinita, con lo cual a la postre sería prácticamente gratuita.
Las posibilidades que traería este proyecto son también ilimitadas, y vendrían a demostrar una vez más que la realidad supera a la ficción. Ello, porque uno de los mayores límites para prácticamente toda labor de emprendimiento material desde los orígenes de la humanidad, estaría solucionado, con lo que sus repercusiones en la industria, la agricultura o la investigación ni siquiera pueden vaticinarse.
De hecho, podría ser la gran fuerza que derrote por fin a la pobreza en el mundo –la material al menos–, a condición, eso sí, que para combatirla y generar condiciones de vida más justas y humanas, se utilice el mismo ingenio que ha permitido proyectar este gran invento. Ello, porque nuestra mayor riqueza es la inteligencia, el llamado «capital humano», la gran promesa del siglo XXI.
Por otro lado, conseguir una fuente limpia de energía solucionaría muchos de los actuales problemas de contaminación, con lo cual los acuerdos y protocolos internacionales, como el último de París, perderían gran parte de su importancia. Aunque resulta claro que podrían generarse varios otros inconvenientes –que ni siquiera planteamos–, fruto de un eventual aumento exponencial de la producción en general.
Sin embargo, y como siempre ocurre, el gran problema no será tanto técnico sino ético: qué uso daríamos, de llegar a ser realidad, a este prodigioso invento. Ello, porque la tentación de utilizarlo como herramienta para vencer a los rivales, como instrumento de dominación en cualquiera de sus formas o incluso como arma, resultan por desgracia, también posibles. De hecho, la historia muestra que casi no ha habido creación que el hombre no haya utilizado de alguna u otra manera contra su hermano. Así por ejemplo, ¿quedaría esta fuente energética solo en manos de unos pocos o se haría universal? Y en caso de darse esto último, ¿cómo impedir que se utilice también para el mal?
Por tanto, el desafío podría ser mayúsculo, tal vez el más grande de la historia, paradójicamente, si se solucionara uno de los mayores problemas materiales, que ha sido nuestro «techo» para tantos sueños. De ahí que nuestro deber sea evitar que estos sueños se conviertan en pesadillas.
Max Silva Abbott
Publicado originalmente en Viva Chile