En la solemnidad de la Inmaculada, Dios mediante, el Papa Francisco abrirá la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro en Roma, dando así comienzo el Jubileo de la Misericordia, que se prolongará hasta el 20 de noviembre de 2016. Al conocer la noticia de esta intuición del Papa Francisco, me vino a la memoria el título del conocido libro del teólogo Von Balthasar: Solo el amor es digno de fe.
En nuestra cultura contemporánea existe tanto anhelo por el ideal de la justicia, como escepticismo en lo tocante a la honestidad de nuestro prójimo. Parece como si estuviésemos condenados a un dramático callejón sin salida: la contraposición entre los ideales y la cruda realidad. Tal vez, la intuición de Francisco haya consistido precisamente en la superación de ese choque, por la vía de la misericordia: ¿No será, que una de las causas de la deshonestidad crónica, está en la falta de fe en la bondad del hombre? Acaso el ideal de la justicia resulte inalcanzable, por haberlo desligado de la misericordia, es decir, de la fe en la fuerza transformadora del amor… Ciertamente, a falta de misericordia, el objetivo de la justicia termina por reducirse a un sueño idealista o a un grito reivindicativo. La justicia sin misericordia termina por convertirse en crueldad de los unos hacia los otros, como si de un lanzamiento cruzado de boomerang se tratase. Por el contrario, la misericordia es una justicia que recrea al hombre.
Para que el Jubileo de la Misericordia que nos disponemos a celebrar, sea verdaderamente fecundo; es decir, para que el gesto de atravesar la Puerta Santa sea un signo auténtico y no meramente estético, es indispensable «desarmarse», desprenderse, de nuestra dureza de juicio hacia el prójimo. Necesitamos una verdadera amnistía en el juicio de los unos hacia los otros. Aquella famosa expresión del Papa Francisco: «¿Y quién soy yo para juzgar?», no es reflejo de relativismo alguno; sino que manifiesta la convicción de que la transformación del mundo comienza por amar a las personas tal y como son, como único medio para ayudarnos a caminar hacia la conversión y hacia la madurez que Dios espera de nosotros.
Pero más aún, no es difícil comprobar que detrás de la falta de misericordia hacia el prójimo, se esconde frecuentemente una evidente carencia de autoestima personal. Cuando uno no está en paz consigo mismo, tiende a estar en permanente estado de guerra con todos los que le rodean. En la historia de un «verdugo», casi siempre descubrimos a una «víctima». Todos tenemos en mente infinidad de ejemplos que confirman este axioma. Pero el hecho es que todos –verdugos y víctimas– necesitamos de la misericordia. En realidad, solo la misericordia nos permite conocer y aceptar la historia de nuestra vida en toda su complejidad; donde solemos encontrar los papeles de verdugo y víctima, con frecuencia, intercambiados.
Ahora bien, la misericordia no es solo una tarea personal, sino que también es una tarea comunitaria. Nuestra Diócesis ha elaborado y publicado un programa para este Jubileo de la Misericordia, que será ofrecido en todas las parroquias. En él, además de las explicaciones pertinentes sobre lo que la Iglesia celebra y realizará en este Jubileo, se nos ofrece la posibilidad de participar en experiencias eclesiales concretas de misericordia: como la oportunidad de acercarnos a conocer la experiencia de la misericordia en un centro psiquiátrico, en un centro geriátrico, en un dormitorio o en un comedor de Cáritas, o quizás en territorio de misiones… Es importante no quedarse en meras palabras hermosas, por lo que nuestra Diócesis ha elaborado toda una serie de propuestas, para que, con el necesario acompañamiento, podamos vivir de una manera específica las obras de misericordia entre los más necesitados.
Entre los compromisos comunitarios de misericordia que nuestra Diócesis se dispone a realizar durante el Jubileo, quisiera destacar el que se dirige a las víctimas de la guerra de Siria e Irak. Una vez que se nos ha comunicado que la acogida a los refugiados que llegarán hasta nosotros, será asumida por las Administraciones públicas, la prioridad de la Iglesia se centra en la ayuda a los refugiados en su lugar de origen, que siendo los más numerosos y necesitados, se resisten a abandonar su propio país, por un conflicto en el que Occidente tiene no poca responsabilidad.
Nuestra acción humanitaria hacia ellos, a través de Cáritas Gipuzkoa, se diversifica de la siguiente manera: ayudas de urgencia a los refugiados en el Líbano y en Jordania, que son en estos momentos más de tres millones (tramitada a través de Cáritas Internacional); ayuda al proyecto educativo de los Hermanos de la Salle con dichos desplazados; y ayuda a comunidades cristianas que sufren especial persecución (tramitada a través de los organismos eclesiales de Irak y Siria). No olvidamos tampoco los compromisos que mantenemos con otros lugares del mundo, como es la ayuda a la reconstrucción de Haití, donde Cáritas Gipuzkoa se dispone a aumentar su presencia y contribución (especialmente en la isla de la Tortuga).
Estáis todos invitados a participar en la apertura de la Puerta Santa del Jubileo de la Misericordia en nuestra Diócesis, en estos tres lugares: La Catedral de San Sebastián, el domingo 13, a las 18:00 (retrasmitido por Teledonosti); el Santuario de Aránzazu, el domingo 13, a las 12:00; y el Santuario de Loyola, el domingo 20, a las 12:00. ¡Feliz Año Santo de la Misericordia!