Llevábamos meses preparándonos para la peregrinación a Kenia. Que el Santo Padre venga a África es todo un acontecimiento. Aún teniendo en cuenta que aquí hay muchísimas religiones y un millar de confesiones distintas, aquí la gente aprecia muchísimo la figura del Papa y sobre todo a un Papa tan cercano a la gente como Francisco. Las expectativas eran muy altas.
El día 25 emprendimos nuestro viaje desde Arusha, Tanzania, 26 hermanos de 2 de las parroquias de la diócesis a la que pertenecemos, otra familia en misión, 2 chicas en misión, María mi mujer y yo. Arusha está situada a unas 2 horas en autobús hasta la frontera con Kenia. Luego hasta Nairobi restan otras cuatro.
El viaje empezó una hora después de lo previsto. Como en cualquier viaje organizado siempre hay alguien que se deja el pasaporte en casa y hay que esperar. El paisaje era montañoso y muy verde. En la frontera pagamos los visados y entramos en Kenia sin incidentes salvo por tener que esperar a un hermano que metieron unos minutos en el cuartelillo por fumar en un lugar en el que estaba prohibido hacerlo. Gracias a Dios no era el mismo que el del pasaporte.
Nairobi recibió a estos peregrinos con lluvia intensa y un tráfico de pesadilla. Lo que se esperaba fuera un viaje de no más de 6 horas se convirtió en una travesía de 11 horas.
Nos alojamos en una casa de espiritualidad de Monjas Franciscanas. Pudimos cenar y descansar un par de horas. Estaba previsto que llegáramos mucho antes pero todo empezó a precipitarse. Teníamos que encontrarnos con otro grupo de peregrinos provenientes de Dar es Salaam en la puerta del recinto. Estábamos atrapados en la casa de espiritualidad debido a la intensa lluvia. Claramente no tenía sentido esperar a que se abriese la puerta bajo el temporal pero nunca se toman las decisiones más acertadas bajo presión. Cuando cesó la lluvia, fuimos con el autobús a la puerta del recinto del Uhuru Park de Nairobi. Serían las 2 de la madrugada. Los peregrinos empezamos a agolparnos delante de la puerta del Parque que, según se nos dijo, se abriría a las 4 de la madrugada. La lluvia comenzó de nuevo y sacamos los paraguas. A las 4 no cabía ni un alfiler y la policía no tenía ninguna intención de abrir. Empezaron a llegar camiones cargados con soldados. Pocos de entre ellos bajaban del metro ochenta de altura. Llevaban porras en el cinto. No vi metralletas y su actitud era bastante pasiva. Se abrieron paso en fila entre la gente para llegar hasta la puerta y allí se plantaron. Habría unos 200 efectivos. La lluvia empezó a calar la ropa de la gente y nadie sabía por qué la dichosa puerta no se habría. El nerviosismo por perder la oportunidad de entrar y coger un buen sitio para ver al Papa de cerca se hizo palpable. La gente empezó a abrirse paso a codazos para ganar un metro o metro y medio. No más. Empezaron a empujar y la cosa se puso fea: hasta había monjas que intentaban colarse. Sentíamos la presión de la gente desde todas las direcciones. Advertimos a los que acompañaban a un chico que iba en silla de ruedas que hiciesen lo posible por llevarlo a una zona segura. Les gritamos a la gente que empujaba desde atrás que era muy peligroso lo que estaban haciendo. Había niños y bebés.
Mi mujer y yo no queríamos en un principio separarnos del grupo pero el peligro de ser aplastados era demasiado real. Nos abrimos paso como pudimos a través de la gente hundiendo los pies en un barrizal hasta los tobillos. Amaneció pero no por ello la gente se tranquilizó. Nos pusimos a cubierto bajo el puente de la autovía. Desde allí vimos una ambulancia que intentaba abrirse paso entre la multitud. Parecía que al conductor no le importaba tener a gente inmovilizada delante de su vehículo.
Empezamos a oír gritos y nos temíamos lo peor. Eran las seis y media de la mañana. Ya llevábamos veinticuatro horas despiertos. Exhaustos como estábamos nos sentamos en la tierra mojada a esperar a que la entrada se despejara. Dos soldados sacaron en volandas a una chica que estaba en shock. La dejaron en el suelo y la gente se arremolinó en torno a ella y sin saber muy bien qué hacer. Uno se puso a abanicarla, otra quería darle un paracetamol. Mi mujer la atendió apartando a la gente y se quedó junto a ella hasta que volvió en sí. Apenas unos segundos más tarde, un chico sacó de entre la gente a otra chica medio asfixiada a la que mi mujer también pudo atender. Nos dimos cuenta de que la gente chillaba y empujaba tan fuerte no por la emoción o la tensión: los militares estaban cargando contra la gente que se agolpaba en la puerta. Muchas personas recibían porrazos indiscriminadamente. Un caos absoluto en el que pensábamos que si Francisco fuese consciente de lo que ocurría se hubiese como poco preguntado si aquello valía la pena. Ni nos planteamos entrar por el momento. Sobre las nueve y media de la mañana la policía empezó a poner orden obligando a los peregrinos a formar filas. Obviamente nadie intentó colarse so pena de recibir más palos. Los que quedamos fuera emprendimos la búsqueda del resto del grupo. Otro chico y yo entramos en el recinto sin saber lo que nos esperaba. Dentro había miles de personas en un lodazal. Mucha gente había acudido vestida de forma elegante pero el espectáculo era bastante penoso: la gente intentaba andar con los pantalones manchados de barro hasta las rodillas y los zapatos en la mano. Poco antes de las diez, el Papa entró en el recinto y nos bloquearon. Estábamos atrapados. Media hora después salimos de allí y tan sólo pudimos encontrar a uno de los hermanos. Ya no sabíamos qué hacer. Una de las chicas en misión se ofreció a quedarse hasta encontrar al resto. Volvimos a la casa de espiritualidad en un taxi que se perdió dos veces hasta llegar. Dos horas después, el resto de los hermanos llegaron en pequeños grupos. Todos sanos y salvos. Este fue el primer día y fue agotador y decepcionante.
María y yo volveríamos con el grupo de adultos a Arusha al día siguiente y los jóvenes se quedarían al encuentro con el Papa exclusivo para ellos en el estadio deportivo de Kasarani.
Así acabaría la peregrinación para nosotros. Pero Dios, como siempre, aconteció: al parecer podríamos conseguir acreditación para ir ese día con los jóvenes. Mi mujer lo entendió como una oportunidad pero yo recelaba: no quería más aglomeraciones. El caso es que a la media hora estábamos andando en chanclas por las calles embarradas en dirección al estadio. Y yo, contra todo pronóstico estaba contentísimo. ¿Más barro? Estupendo, esto empieza a parecerse a la prueba de las hamburguesas de Humor Amarillo…
Llegamos al recinto del estadio cantando y aunque sólo conseguimos una acreditación para los dos, la policía no se puso pesada. Los jóvenes voluntarios identificados con los clásicos chalecos fosforescentes con la bandera vaticana aparecieron sonriendo y nos acompañaron hasta la puerta de la zona de gradas que teníamos asignada perfectamente identificada. Estábamos bajo cubierto (amenazaba lluvia de nuevo) y teníamos buena visibilidad.
Primero entró en el estadio el coche presidencial bajo una ovación increíble. A todos los españoles nos llamó la atención la pasión de las ovaciones dirigidas al presidente de la nación. Pero eso es normal: somos españoles.
Luego entró el Papa y todo el estadio se agolpó a la primera fila de la grada para poder fotografiar o grabar en el móvil y la retina aquel cortejo en el que destacaba el papamóvil.
El Papa Francisco saludó a los jóvenes en inglés y luego siguió hablando en español. ¿Qué más podía pedir?
Un chico y una chica leyeron unas preguntas al Papa y quiero sintetizar las cosas que dijo. La primera fue su respuesta a la pregunta de por qué existen las luchas tribales tan terribles en Kenia. El tribalismo-dijo-es como estar con las manos detrás de la espalda con una piedra en cada mano para tirársela al otro. Es como una polilla que roe la sociedad. Luego nos dijo que nos cogiéramos todos de la mano para significar que todos somos una sola nación. Me tentó la idea de coger la mano de un militar que tenía a 2 metros de mí. Pero uno no es ningún héroe.
La segunda fue la respuesta a la pregunta sobre la corrupción. Dijo que era como azúcar pero que al final provoca diabetes. Aceptar un soborno es aceptar la semilla de la destrucción personal y de la sociedad.
Luego fue preguntado sobre cómo consolar alguien que no ha experimentado amor en su familia. Aquí el Santo Padre estuvo fuerte: hacer aquello que no hicieron con uno mismo; si no has recibido amor, la única medicina es amar. Obviamente no había tiempo para extenderse y está claro que no se puede amar sin recibir antes el amor primero. Pero yo he escuchado testimonios de chavales de aquí que no han experimentado el amor en el seno de su familia y si lo han hecho dentro la comunidad de su parroquia. Y ahora ya tenían esa medicina que es el amor al prójimo.
La cuarta fue para mí la más importante. ¿Cómo se puede ver a Dios en las tragedias de la vida? Francisco señaló que aquella era una pregunta de teólogo. Yo creo que es la pregunta más importante del mundo y de la humanidad. El caso es que el papa hizo «una de las suyas». No contestó con palabras sino que encarnó su respuesta. Dijo algo así como, mira yo no tengo una respuesta clara y cristalina pero en el bolsillo tengo un rosario para rezar y un librito con un Via Crucis. Con estas dos cosas no pierdo la esperanza. Pues claro. ¿Qué contesta una persona sencilla? ¿Con otra idea?¿Con una opinión? No. Te contesta con su vida. Con su actitud. Y uno ante el sufrimiento-según dijo ayer el papa- no le queda otra que mirar a la cruz, donde Cristo fracasó, pero con el corazón puesto en la esperanza de la resurrección. Aquí fue cuando el barro, la lluvia, el miedo, la preocupación, el cansancio y la indignación dejaron de ser un sinsentido y caí en la cuenta de que yo era un peregrino que estaba en una peregrinación.
Cuando un peregrino regresa a casa tiene el deber de reflejar y dar a conocer el amor de Dios que acaso haya logrado ver en su camino. Pues hasta eso nos lo regaló Dios en el regreso: nuestro autobús tenía que rellenarse con viajeros que fueran desde Nairobi a Arusha y no teníamos ni idea de quién subiría. Decidimos rezar laudes rápido y renunciamos a dar en voz alta nuestra experiencia de la peregrinación por turno, como habríamos hecho si hubiéramos estado solos en el autobús. El caso es que quienes subieron a bordo fueron cinco religiosas misioneras de la Fraternidad de Notre Dame de Uganda y Mozambique, así que dimos por hecho que no les importaría escuchar nuestras experiencias y uno por uno fuimos contando lo que el Señor nos había dicho en esta peregrinación. Caímos en la cuenta de que ellas no hablaban swahili con lo que decidimos traducirnos unos a otros del español al inglés o del swahili al inglés para que todos nos entendiésemos. Al final ellas también dieron su experiencia y nos agradecieron muchísimo que las hubiésemos compartido con ellas.
Peregrinar en África es una aventura estupenda. No vuelvo indiferente, sino con esperanza. Estoy seguro de que el Papa Francisco no volverá indiferente tampoco y que seguro le dirá al resto del mundo que a África no se le ha de dar la espalda porque es darle la espalda a Jesucristo.
Juan Pablo Trenor
Juan Pablo y María llevan un año en Arusha (Tanzania) junto con sus cuatro hijos, como familia en misión para apoyar la evangelización.