Recientemente el diario ABC de España, ante la proximidad de las elecciones generales de ese país, ofrecía en su página web un test gratuito para que cada persona pudiera conocer con qué partido tenía mayor afinidad. Las preguntas atacaban cuestiones económicas, laborales, de salud, de educación, de religión, etc, siempre con carácter ideológico, para que cada uno dijera cuánto mas o menos estaba de acuerdo o en desacuerdo con el enunciado.
La cuestión es: ¿Cómo sabía el ABC que mis respuestas coincidían con la ideología de tal o cual partido? Lo dice en la introducción del mismo test: «La postura de los partidos sobre cada pregunta ha sido fijada por ellos mismos mediante un cuestionario enviado por ABC». Es decir, que antes de publicar el test para que la población respondiera, ya les habían mandado las mismas preguntas a los partidos políticos españoles, y éstos habían respondido en base a sus ideologías. Sinceramente, me pareció una idea estupenda para que la población poco atenta a la política pudiera conocer qué partido realmente perseguía los valores que uno mismo pudiera compartir, encontrando (quizás) que el partido al que siempre había votado no aparecía el primero en los resultados.
Pero entonces me asaltó la duda que provocó este artículo: ¿Se podría hacer algo similar en el Perú? Sería realmente estupendo poder conocer con un simple test de menos de diez preguntas cuál es el partido que se asemeja más a mi forma de pensar pero, tras meditarlo por unos pocos segundos, llegué a la fatídica respuesta: No. Actualmente en Perú este test sería implanteable y, si se realizara, los resultados serían irreales. ¿Mis razones? Son varias, y aquí van tres:
- La mayoría de los partidos políticos peruanos no tienen una ideología clara y definida. Aunque suene de locos, es la verdad. Así nos encontramos con un Partido Aprista Peruano (comúnmente conocido como APRA, que significa Alianza Popular Revolucionaria Americana) que de «revolucionario» ha pasado a ser considerado hoy «de derechas», o con el partido Fuerza Popular en el que mientras los congresistas de esta organización defienden la vida en contra del aborto por violación, su líder la discute en el extranjero.
- Los mismos políticos tampoco tienen una ideología definida. Ya no sólo nos encontramos con partidos políticos poco claros, sino con personajes políticos que han cambiado completamente su discurso o su posición respecto a cuestiones elementales de ideología en tan breves lapsos de tiempo que sólo tienen dos explicaciones: la esquizofrenia o la demagogia. En este punto nos encontramos, por ejemplo, con Pedro Pablo Kuczynski, que de presentarse en las anteriores elecciones para presidente en alianza con el Partido Popular Cristiano (claro defensor del matrimonio, la vida y la familia), ahora lo hace junto a Carlos Bruce, promotor de la Unión Civil, asegurando su apoyo al aborto y a la propuesta de su nuevo aliado; o el caso de Ollanta Humala, quien abandonó el polo rojo y el discurso izquierdista extremo de tono chavista para acabar gobernando como un auténtico conservador.
- Los pocos partidos de definida posición, a seis meses de las elecciones generales, aún no deciden si se presentarán con candidato propio o en alianza. ¿Cómo pensar en lanzar un test para ver con qué candidato tengo más en común si a menos de medio año para las elecciones no están claros los candidatos? Así sucede actualmente, por ejemplo, con el Partido Popular Cristiano, que se debate entre denuncias internas por ver la posibilidad de una alianza con otro partido; o con el frente de los partidos de izquierda, que no se deciden entre unirse o presentarse por separado.
Y, ¿por qué sucede esto? En unos casos, porque la toma de una posición o de otra en cuestiones ideológicas no se decide por los valores de una institución o de la propia conciencia de los candidatos, sino por el cálculo populista que sólo busca lograr la mayor cantidad de votos posibles, del modo que sea, para alcanzar la silla presidencial por cinco años. Y en otros casos, porque la ideología clara y definida del propio partido queda subordinada al deseo de acceder a una mejor posición, temiendo que los candidatos más claros y menos carismáticos no alcancen la popularidad de los otros, planteándose así la posibilidad de renunciar a los mismos valores que lo ubican en esta situación.
Entonces, mientras en el Perú no se transforme el concepto mismo de política, nos será imposible a los católicos saber a ciencia cierta qué congresistas o candidatos presidenciales defienden los valores fundamentales que compartimos (salvo aquellos pocos que por méritos propios han logrado hacerse con una fama respetable), y tendremos que continuar con nuestra lucha a pie de calle, entre manifestaciones pacíficas, marchas pro-vida y recolecciones de firmas, ante cada intento de atacar la vida y la familia, tan claramente definidas y defendidas en la Constitución actual.
Javier Gutiérrez Fernández-Cuervo