Hay un desplazamiento secularista en la liturgia que manipula lo sagrado y lo sustituye por el «nosotros»; se quita a Cristo y se coloca la comunidad-grupo en su lugar. La liturgia se vuelve la seña de identidad del grupo para fortalecer los lazos humanos, transmitir unas consignas humanas y valores y repetir, cansinamente, que «vamos a hacer una sociedad más justa y solidaria».
Esto se nota en los acentos humanos, didácticos, y muy moralistas, de las moniciones y la homilía (ésta larguísima, un mitín); se nota en el tipo de cantos durante la liturgia que procuran tener ritmo y provocar la emotividad y lo sentimental; se nota, igualmente, en la forma de multiplicar elementos para que muchos intervengan subiendo al presbiterio (una monición a cada momento, un lector por petición… o incluso la lectura de un manifiesto o «compromiso»). Esa liturgia lo centra todo en el grupo concreto.
Cuando así se actúa, hay elementos de la liturgia que quedan postergados porque ni se les ve sentido ni se sabe qué hacer con ellos: el silencio en el acto penitencial, después del «Oremos» de la oración colecta o después de la homilía; el canto del salmo responsorial, meditativo, contemplativo; las oraciones de la Misa y la misma plegaria eucarística, dirigidas a Dios, que se recitan velozmente porque ya no se sabe orar a Dios con la liturgia; los signos de adoración (genuflexión, de rodillas en la consagración, inclinación profunda al pasar delante del altar) suprimidos… así como procesiones (de entrada, Evangelio) o el incienso…
La liturgia deja de ser liturgia cristiana, culto en Espíritu y verdad, cuando se convierte en un show festivo, centrado en celebrarse el grupo a sí mismo o exaltar sus supuestos «compromisos».
Cada vez más la liturgia se vuelve antropocéntrica: el hombre es exaltado, la propia comunidad es el centro y polo de atracción: todo es discurso, nuevo moralismo, valores y compromisos, movimiento de emotividad y sentimientos en cantos y gestos (canciones sensibleras, muchos besos y abrazos en la paz…).
Lejos quedó la sobriedad, la gravedad, la delicadeza, de la liturgia que celebra a Dios y es acción de Dios, y que por tanto nos eleva y nos une a Él. Todo se vuelve banal, ramplón, superficial, emotivo.
El primer engaño sería centrar la liturgia como si fuera algo propiedad del sacerdote, del equipo de liturgia o de la comunidad, y por ello manipulable. Más bien, la liturgia es de la Iglesia, y nos insertamos en ella, con respeto, para recibir Vida y glorificar al Señor. Esta visión eclesial de la liturgia la expuso muchísimas veces el papa Benedicto XVI: «Hemos de preguntarnos siempre nuevamente: ¿quién es el auténtico sujeto de la Liturgia? La respuesta es simple: la Iglesia. No es la persona singular –sacerdote o fiel- o el grupo que celebra la liturgia, esa es en primer lugar acción de Dios, a través de la Iglesia, que tiene su historia, su rica tradición y su creatividad» (Carta al Gran Canciller del Pontificio Instituto de Música Sacra en el I Centenario de su fundación, 13-mayo-2011).
La liturgia es sobre todo el actuar de Dios, no nuestra propia actuación creativa; es el lugar de la gracia y santificación de Dios y por eso la liturgia se recibe como un don, no se fabrica cada vez como un invento humano o una fiesta secular, esperando a ver qué inventan cada domingo:
«Podemos decir que ni el sacerdote por sí mismo, ni la comunidad por sí misma son responsables de la liturgia; sino que lo es el Cristo total, Cabeza y miembros. El sacerdote, la comunidad, cada uno es responsable en la medida en que está unido con Cristo y en la medida en que lo representa en la comunidad de Cabeza y Cuerpo. Cada día ha de crecer en nosotros la convicción de que la liturgia no es un ‘hacer’ nuestro, sino que, por el contrario, es acción de Dios en nosotros y con nosotros» (SILVESTRE VALOR, J.J., Con la mirada puesta en Dios. Re-descubriendo la liturgia con Benedicto XVI, Madrid 2014, 185).
Conviene ahondar y repetir estos conceptos, de la mano de Benedicto XVI, para erradicar algo tan extendido como que la liturgia es del grupo y debe ser una fiesta divertida y entretenida, llamativa:
«No es la persona sola –sacerdote o fiel- o el grupo quien celebra la liturgia, sino que la liturgia es primariamente acción de Dios a través de la Iglesia, que tiene su historia, su rica tradición y su creatividad. Esta universalidad y apertura fundamental, que es propia de toda la liturgia, es una de las razones por la cual no puede ser ideada o modificada por la comunidad o por los expertos, sino que debe ser fiel a las formas de la Iglesia universal» (Audiencia general, 3-octubre-2012).
La liturgia se recibe de la Iglesia, se celebra en comunión con toda la Iglesia, da forma a nuestras almas y nos santifica glorificando a Dios. Ésta es, pues, su perspectiva exacta y, bien asimilada, corrige la falsa creatividad y la desacralización.
«No es que nosotros hagamos algo, que mostremos nuestra creatividad, o sea, todo lo que podríamos hacer. Justamente la liturgia no es ningún show, no es un teatro, un espectáculo, sino que vive desde el Otro. Eso tiene que verse con claridad. Por eso es tan importante el hecho de que la forma eclesial está preestablecida. Esa forma puede reformarse en los detalles, pero no puede ser producida en cada caso por la comunidad. Como he dicho, no se trata de la producción de uno mismo. Se trata de salir de sí mismo e ir más allá de sí mismo, entregarse a Él y dejarse tocar por Él… No brota [el estilo celebrativo, la liturgia] meramente de la moda del momento» (Benedicto XVI, Luz del mundo, Barcelona 2010, 164).
Por eso, en toda liturgia, en cualquier parroquia, Monasterio, iglesia, comunidad cristiana, etc., ha de brillar sólo Dios, y para ello es imprescindible ajustarnos a los libros litúrgicos y celebrar con una mirada contemplativa, con adoración, sabiendo ante Quién estamos. No, no nos celebramos a nosotros mismos.
«En definitiva, ésta es la cuestión: celebramos el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo o celebramos nuestra experiencias de muerte y vida, pues en algunas maneras de celebrar parece que diera lo mismo la presencia o no presencia de Dios, pues todo está centrado en la comunidad» (Rodríguez, P., La sagrada liturgia, 305).
Javier Sánchez Martínez, presbítero.