Se imaginan que había preparado, corregido, leído, podado y vuelto a podar mi texto, de manera de quedarme en los 3 minutos y algunos segundos. Pero me pasé. Y, cuando estaba a punto de llegar a la conclusión, se apaga el micrófono y no puedo seguir hablando.
¿Por qué, qué ocurrió? Pasó que, apenas empecé con las primeras frases, me di cuenta de que el fuelle pulmonar estaba decididamente perezoso, lánguido, fatigado, como una locomotora vieja. (¡Ay, Roma, que esta «ottobrata» me está matando!).
Al terminar la sesión hablé con el Sub secretario del Sínodo y le expliqué el motivo de mi demora al hablar, sin abrigar una mínima esperanza de poder terminar mi discurso. En efecto: hay que cumplir las reglas.
El texto escrito está incorporado al material del Sínodo, y esto es lo que interesa. En mi opinión (compartida con un montón de obispos de distintos países) es una propuesta bien válida. Su motivación de fondo la presenté hace unos meses a los lectores de este blog.
Me pasé el día, lo confieso, desconcertado y descontento conmigo mismo. De a ratos me venía la idea de que el camino apropiado, para que el amor de la Virgen llegue a todos tiene que ser silencioso y doloroso. Es un pensamiento que me reconforta.
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INTERVENCIÓN EN EL SÍNODO DE LOS OBISPOS SOBRE LA VOCACIÒN Y MISIÒN DE LA FAMILIA.
El número 145 del Instrumentum laboris contiene esta valiosa afirmación: «María, en su ternura, misericordia, sensibilidad materna puede alimentar el hambre de humanidad y vida; por eso la invocan las familias y el pueblo cristiano».
Estas palabras reflejan una experiencia viva, que distingue de manera especial a los pueblos de Latinoamérica, puesto que el recurso a la Virgen, expresado en numerosas formas de piedad popular mariana, es parte esencial de nuestro modo de vivir la fe. Frente a los desafíos de la «nueva evangelización», cuando debemos anunciar a Jesucristo y al «evangelio de la familia» en un mundo hostil, María Santísima, que «precede» constantemente a la Iglesia (vid. Juan Pablo II enc. Redemptoris Mater, n. 49), nos abre el camino, nos conforta y llega a los corazones con su índole materna.
Escribió el Papa Francisco, «cada vez que miramos a María, volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño». Ella «es la Madre de la Iglesia evangelizadora; (…) y sin ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización» (enc. Evangelii gaudium, ns. 288 y 284).
Durante el inolvidable Año Mariano de 1987-1988, san Juan Pablo II percibió una tarea que, en el contexto en que nos encontramos ahora, adquiere un relieve singular: la Iglesia, escribió, debería preparar (…) cara al futuro, las vías de la cooperación con María (cfr. enc. Redemptoris Mater, n. 49). Dicho de otra manera: en la mente del santo pontífice, la Iglesia tendría que descubrir cómo «facilitarle» a la Virgen el ejercicio de su Maternidad, que en su Corazón Inmaculado abarca a todas las mujeres y hombres del mundo.
En este sentido, el Catecismo de la Iglesia Católica recoge una espléndida posibilidad: «los dogmas –se lee en el número 89- son luces en el camino de nuestra fe, lo iluminan y lo hacen seguro». Debiendo, pues, lanzarnos a la aventura de la «nueva evangelización» y pensando en «las vías» para que el amor materno de la Virgen Santísima alcance eficazmente a todas sus hijas e hijos sin exclusión alguna y estén donde estén, nos preguntamos: ¿no será el camino más seguro –iter para tutum!- el de la proclamación solemne y definitiva del dogma de su Maternidad espiritual, realidad dichosa, creída, experimentada y amada por todo el pueblo cristiano? A su vez, ¿no sería dicho acto el gran impulso de santidad y de sentido apostólico que necesita la Iglesia?
La respuesta a esta doble pregunta debe darla al entero cuerpo de la Iglesia. Lo enseñó claramente el Beato Cardenal John Henry Newman: «el cuerpo de los fieles, escribió, es uno de los testigos del carácter tradicional de la doctrina revelada, y (…) dicho consensus a través de la Cristiandad, es la voz de la Iglesia Infalible». Enseñaba concretamente que, al prepararse una definición dogmática, «el laicado tendrá un testimonio para dar; pero si hay una instancia en la que debería ser consultado, es respecto de doctrinas concernientes directamente a lo devocional. (…) El pueblo fiel tiene una especial función en lo que respecta a aquellas verdades doctrinales relacionadas con lo cultual (…) Y la Santísima Virgen es preeminentemente objeto de devoción» (J. H. Newman, Los fieles y la tradición, Buenos Aires 2006, pp. 63 y 110s).
En suma: por estos motivos teológicos, de los que podemos extraer consecuencias muy ricas de índole pastoral, y considerando, como ha enseñado el Papa Francisco, que el «sensus fidei» del santo pueblo fiel de Dios, en su unidad nunca se equivoca (Homilía 1-I-2014), quiero proponer al Santo Padre la realización de una consulta dirigida a toda la Iglesia, Pastores y fieles laicos, sobre la conveniencia de definir como verdad de fe la doctrina de la Maternidad espiritual de María Santísima. Muchas gracias.
Mons. Jaime Fuentes, Obispo de Minas,Uruguay