La educación sexual ha de ser fundamentalmente positiva. El sentido de la vida, es “amar y ser amados”. Y como todo debe estar al servicio del amor, también la sexualidad debe estarlo, tanto más cuanto que la sexualidad sin amor, supone una visión muy pobre y deshumanizada del sexo y de su ejercicio. La educación sexual debe ser educación para el amor.
La instrucción sexual forma parte de esa educación. Chicos y chicas necesitáis información sobre los fenómenos fisicopsicobiológicos que acompañan vuestro desarrollo, información necesaria, pero no suficiente, pues la mejor instrucción no basta para encauzar vuestra sexualidad, sino que os es imprescindible educar vuestra afectividad, subordinando todo al servicio del amor, de la razón y de la voluntad.
La adolescencia es el tiempo en que vivís el descubrimiento de la dimensión sexual en su relación con los demás. Os acercáis poco a poco a la madurez tanto en la vivencia de la sexualidad como del amor, gracias a una serie de pasos sucesivos, en los que os veis favorecidos o perjudicados según haya sido vuestro ambiente familiar. En esta evolución primeramente la atención se dirige hacia ti mismo, después hacia los otros, buscando inicialmente la amistad con los de tu sexo, después con los del otro, hasta que surge el sentimiento nuevo de estar enamorado y se escoge al que os gustaría sea un día vuestro cónyuge.
Cada uno de estos pasos tiene sus cosas bonitas, pero también sus problemas y peligros. La sucesiva evolución del amor no supone que debamos caer en una serie de desviaciones sexuales, y mucho menos que éstas ayuden a alcanzar un amor verdaderamente adulto, maduro. Desgraciadamente hay muchos jóvenes que no tienen ni idea de lo que es el amor, por lo que es bueno que encuentren nuestra ayuda de educadores en sus intentos de entenderse a sí mismos, en sus afectos, emociones y experiencias. Las desviaciones son un verdadero retroceso para la afectividad que impiden o dificultan el superar la egosexualidad y llegar a una heterosexualidad madura, adulta y generosa.
También se os hace mucho daño cuando se os enseña a desvincular la genitalidad de la persona. No es satisfactoria la actitud que inicia a los jóvenes sólo en los aspectos estrictamente técnicos, y mucho menos tendría legitimidad una labor de incitación, lo que supone limitar vuestro desarrollo afectivo de persona en crecimiento. Los métodos anticonceptivos han hecho creer que se puede mantener conductas sexuales sin que afecten a la persona, o creyendo que esas conductas se pueden tener sin afectar para nada al resto de la persona. Éstos son errores gravísimos, pues se debe insistir en la integridad de la persona y en la necesidad de no disgregar de ella nuestros comportamientos sexuales. El control de la sexualidad no debe imponerse por el miedo, sino que uno mismo debe conseguirlo, aunque sí se os puede y debe ayudar, pues sólo una conciencia bien formada es capaz de descubrir el verdadero sentido del amor sexual humano.
El modo no es ni ocultando la realidad ni aislarse del erotismo ambiental, cosas hoy prácticamente imposibles, sino daros una buena orientación que ayude a asumir el sentido de la sexualidad y os proporcione criterios positivos y adecuados al momento que atravesáis, sin abrumar con culpabilidades. Esta orientación conlleva una educación sexual que permita asumir reflexivamente los valores esenciales de amor, respeto y don de sí, integrando todo ello en el más amplio contexto de la educación integral de tu propia personalidad. Has de ir descubriendo una valoración positiva de tu castidad, algo no pasado de moda, sino que tienes que entenderla como lo que te va a capacitar para un amor auténtico. En efecto, la castidad protege y desarrolla el amor y supone el dominio de la sexualidad por la recta razón, teniendo también la fe y la vivencia cristiana un papel muy importante. Para alcanzar tu desarrollo psicosexual completo, no basta con tener la información genital correcta, sino que necesitas el complemento de una preparación afectiva adecuada, en la que se ha de tener en cuenta tu edad y grado de madurez.
Esta auténtica educación debe ser constructiva y llena de esperanza, insistiendo en tu capacidad de amar y ser amado, en las riquezas de tu personalidad y de la de los demás, aunque una auténtica educación tampoco puede prescindir de prohibiciones, porque hay cosas que sí están mal y por ello se prohiben. Todo esto significa que tu madurez humana va a depender del uso que hagas de tu libertad. Hay quienes se estancan en su egocentrismo, mientras otros saben aprovecharla poniéndola al servicio de la realización de valores y del amor. Con la ayuda de la oración y de la gracia de Dios, que hay que pedir, es perfectamente posible alcanzar el desarrollo adecuado de la personalidad.
Pedro Trevijano, sacerdote