En el mundo entero. Celebramos este año el centenario de aquel genocidio armenio, que eliminó a un millón y medio de cristianos, sólo por ser cristianos. A lo largo del siglo XX ha habido otros exterminios. En nuestra patria mismamente, en los años `30 nuestros padres y abuelos sufrieron persecución y muchos de ellos martirio (ya reconocido oficialmente por la Iglesia). Antes, sucedió en México con la revolución cristera. Después, en muchos países del este de Europa. O en China, en Vietnam, etc. A lo largo de toda la historia, los cristianos han sido perseguidos por ser cristianos. Y la sangre de los mártires ha sido siempre semilla de nuevos cristianos. No saben los perseguidores que cuanto más persiguen, más afianzan la fe cristiana en tantos lugares de la tierra. Y la Iglesia se ha abierto camino a lo largo de la historia, en medio de persecuciones y carencias.
Otro tipo de persecución, más disimulada, es la de amordazar a los cristianos en los países de occidente, los países más desarrollados, relegando la presencia de Dios a lo más íntimo de la conciencia y estableciendo una “neutralidad” laica en la sociedad civil. Se trata de plantear la vida y la sociedad como si Dios no existiera o haciendo abstracción de Dios. La confesión pública de la fe se permite, pero no el influjo de la fe en la esfera de lo público, ni siquiera cuando los cristianos son la inmensa mayoría. No estoy hablando de confesionalidad, sino de presencia de lo cristiano en la esfera pública, dentro de una sana laicidad positiva. En este contexto, la fuerza del Evangelio se amortigua con el consumismo, la búsqueda del placer y la comodidad, el afán de tener más, la corrupción en todas sus formas. Corre más peligro la fe en estos ambientes relajados que en aquellos en los que se persigue cruentamente a los cristianos.
En nuestros días esa persecución sangrienta continúa en lugares muy distintos: Tierra santa, Irak, Siria, Libia, Nigeria, Kenia, produciendo listas innumerables de mártires, sólo por ser cristianos. No pasa una semana sin que tengamos nuevas noticias en este sentido.
¿Qué podemos hacer? –En primer lugar, rezar por todos los perseguidos a causa de su fe, para que el Señor los sostenga, los consuele, los asista. “Bienaventurados vosotros cuanto os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos” (Mt 5,11), nos dice Jesús. El previó que en el mundo tendríamos luchas y persecuciones. Por tanto, no es nada nuevo que los discípulos de Cristo sufran persecución por causa del Evangelio: “vuestra recompensa será grande en el cielo”. Los mártires nos hablan, por tanto, de otra vida superior, de la vida eterna a la que llegamos por el camino de los mandamientos y a donde llegan de un golpe los que son sacrificados por ser cristianos.
Pero, además, hemos de ser sensibles y estar atentos para mostrar nuestra solidaridad con los hermanos cristianos que sufren por causa de su fe. Especialmente llamativo es el silencio de los países occidentales ante todas estas torturas, y peor todavía la indiferencia globalizada, como si con nosotros no fuera este asunto. Somos más sensibles ante los que mueren de hambre que ante los que mueren por su fe. Y no debiera darse ni lo uno ni lo otro. Hay cauces para hacer llegar nuestra ayuda material a esos campos de refugiados, donde carecen de todo, solamente por ser cristianos.
Y no olvidemos nunca que el perdón es una característica cristiana. Lo que saldría espontáneamente de un corazón herido, sería la venganza, el odio, la revancha antes o después. Sin embargo, nuestros hermanos cristianos que mueren por ser cristianos nos dan un precioso testimonio de amor, de amor supremo, perdonando incluso a quienes los torturan. Ese amor sólo puede brotar de un corazón como el de Cristo, que al ser crucificado, perdonaba a sus enemigos y los disculpaba: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). No es bueno, por tanto, tapar y olvidar el pasado. Recordamos para perdonar, recordamos para que las heridas queden sanadas, recordamos para aprender de ellos a amar sin medida.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba