Por recomendación de un compañero sacerdote, he leído en el periódico digital alemán Kath.net, que sería allí lo equivalente del periódico donde estoy ahora escribiendo, una carta de una estudiante católica de a pie, como ella misma se considera, sobre la afirmación del obispo de Osnabrück en Alemania, en la que éste defendió, en una reunión de la Conferencia Episcopal Alemana, que además de la Escritura y la Tradición como fuentes de la reflexión teológica, podría añadirse “la realidad de los hombres y del mundo”.
La autora de la Carta cuenta el ambienta que ella vive como estudiante de la Universidad de Viena y nos dice: “Mis condiscípulos se encuentran en un ambiente en el que Dios y la Iglesia no cuentan para nada. Ningún obispo ni sacerdote nos visita, los asistentes de pastoral o distribuidores de la comunión están ausentes y serían mal vistos. En mi primera tutoría comenzó la profesora, por ejemplo, pidiendo disculpas porque “esa cruz” todavía cuelga de la pared. En mi ambiente en la Uni, la moral sexual es prácticamente inexistente. Y el problema de si los divorciados vueltos a casar pueden comulgar preocupa a mis colegas lo mismo que si en China falta un saco de arroz. A propósito del concepto “Familia” no hay entre nosotros consenso en absoluto, a no ser que en este asunto nadie debe ser discriminado. Mis compañeros hacen toda clase de esperiencias: situación de una noche, uniones abiertas, relaciones triangulares y otras formas de promiscuidad. Uno de mis colegas vive sexualmente junto con un grupo de otros siete jóvenes. No sé si caemos en la cuenta de las frecuentes escenas de celos que estos jóvenes nos ofrecen con frecuencia. Es una situación complicada. Pero es todavía mejor que otros aventureros de mi curso que continuamente están buscando el próximo compañero sexual, con el que satisfacerse en un anonimato absoluto. Una de mis compañeras ha recurrido de nuevo a la “píldora del día después”, porque no puede tomar la píldora ( por razones de salud) y no tolera la espiral. Porque quiere estar siempre dispuesta al sexo. Esto está claro para ella. Otros practican más bien el Cibersex, porque seguramente no es contagioso. En todos reina el miedo a las consecuencias: miedo al contagio, miedo a un niño”. Europa, ha predicado el cardenal de Viena Schönborn, ha dicho tres veces NO a la vida: con la píldora, con el aborto, con la homosexualidad. Esta es “la realidad de los hombres y del mundo”. Feliz de verdad, con eso, no hay nadie.
Y ahora, en una situación así, que no es sólo de la Universidad de Viena, sino de muchos otros sitios, ¿qué hemos de hacer? Creo que lo primero es tener ideas claras, para que, a nuestra vez, podamos ayudar a los demás. Ante todo, saber distinguir entre placer y felicidad. El placer es corporal, y por tanto cansa, la felicidad no. El placer no puede durar más que unas pocas horas, la felicidad puede durar toda una vida e incluso toda la eternidad. Pero sobre todo hemos de pensar a que la concepción cristiana de la sexualidad es muy superior a cualquier otra que pueda darse, ya que es poner la sexualidad al servicio del amor y, en consecuencia, en el verdadero camino hacia la felicidad.
La estudiante en su Carta escribe:
“La enseñanza de la Iglesia sobre la sexualidad con su amistad del cuerpo y del hombre es algo totalmente distinto: un contraste beneficioso, bálsamo del alma, un oasis de paz y de armonía interior. Mis colegas se quedan del todo en silencio y pensativos cuando en confianza les hablo de mi fe, de la castidad y del ideal católico del matrimonio. Que yo, a su edad esté casada por la Iglesia y embarazada es algo tangible para ellos. Cuando yo esbozo nuestra imagen de una unión indisoluble, observo muchas veces cómo se iluminan sus ojos, pues sólo de cuando eran adolescentes recordaban un cuadro familiar tan idílico y armónico ‘como en el cine’. Junto a la primera sorpresa, noto mucha comprensión, gran respeto y positiva aceptación, porque los hombres en el fondo experimentan que su praxis relacional en realidad no les hace bien; muchos, sobre todo las mujeres, están hartos del exceso de sexualización”... “Ganamos a las personas interiorizando y predicando la doctrina de la Iglesia. Es decir, creyendo en ella y dándola a conocer. Nuestro deber como católicos es dar testimonio de la verdad, la acepten los demás o no”.
A mí nunca se me olvidará un día que oí en televisión hablar a la cantante María Ostiz, sobre el matrimonio y la familia. No empleó las palabras Cristo y cristianismo, pero hizo una catequesis preciosa sobre el matrimonio y la familia cristianos, que ocasionó un gran impacto en el presentador y en los oyentes. Y es que la concepción cristiana de sexualidad vale la pena.
Pedro Trevijano , sacerdote