Cuando oí la noticia sobre el bárbaro atentado de París, no pude por menos de pensar que sus autores lo habían hecho en nombre de Dios, al grito de Alá es grande. Pero, realmente, ¿es Dios así?
No he necesitado indagar mucho para encontrar la respuesta, En la misma Misa del 8 de Enero, es decir de cuando escribo esto, leemos en la Epístola: «Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor» (1 Jn 4,7-8). Ahora bien, si Dios es amor, ¿cuál o qué es lo contrario al amor y a Dios? Lo contrario al amor es el odio, porque desea deliberadamente el mal y lo contrario a Dios es Satán. Los terroristas actúan movidos por el odio y actúan bajo la influencia del Espíritu del mal, porque Satanás es mentiroso y les hace creer que su acción es buena, cuando es indiscutible que el crimen, su crimen, no tiene justificación.
Esto nos indica una cosa: el seguimiento de la propia conciencia no es en sí suficiente porque nos expone a aberraciones como pensar que si sigo mi propia conciencia ya está. No es cierto, porque yo debo seguir mi propia conciencia recta, aceptando que hay un Orden Moral Objetivo al que me debo subordinar. Si no lo hago así, si no intento obedecer lo que Dios espera de mí, resumido en el mandamiento del amor, puedo hacer disparates y aberraciones como las de estos terroristas, que no son sino unos criminales, y no como ellos creen, unos heroicos seguidores de la voluntad de Dios.
Ello nos muestra también otra cosa, no todas las religiones son iguales, ni merecen el mismo juicio. Es indudable que el Islam tiene grandes valores, pero también gravísimos defectos. El Concilio Vaticano II, al hablarnos del Islam, nos dice en la Declaración «Nostra aetate»:
«3. La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma, como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Venera a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como a Dios; honran a María, su Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitaos. Por ello, aprecian la vida moral y honran a Dios, sobre todo, con la oración, la limosnas y el ayuno».
Pero en el Islam, aparte de estos aspectos positivos, hay también fallos garrafales. En la actualidad el mayor número de mártires cristianos los originan las persecuciones islamitas. Muchos de los preceptos de la ley musulmana, la célebre sharía, son totalmente inadecuados para nuestra época, aunque personalmente hay un punto que, por su salvajismo, me llama poderosamente la atención: la prohibición a los no musulmanes, bajo pena de muerte, de visitar La Meca y Medina. Así, nuestros ingenieros, que están construyendo el AVE La Meca-Medina, jamás visitarán las estaciones ferroviarias de estas dos ciudades que ellos han realizado.
Desgraciadamente, en nuestro país, también hay gente, que por su odio a la Iglesia Católica, es capaz de tirarse piedras a su propio tejado con tal de perjudicar a la Iglesia Católica. Me refiero a la Junta de Andalucía, que está intentando traspasar al Islam la Catedral Mezquita de Córdoba. Es una política que, a lo único que lleva, es a que sus nietas lleven burka y los homosexuales sean lapidados.
P. Pedro Trevijano, sacerdote