Acabo de leer en un periódico un artículo titulado “Exorcismos en el siglo XXI”, del que entresaco los siguientes párrafos: “Cuando pensábamos que el diablo era solamente un personaje de película americana o de Alex de la Iglesia, nos cuentan que en Valladolid han realizado ritos católicos para sacar al maligno, supuestamente, del cuerpo de una chiquilla. Sí, la sombra del oscurantismo es alargada y, aunque parezca mentira, todavía hay personas que creen en los exorcismos y otras que los permiten. Aunque casi nadie tema ya a las calderas de Pedro Botero, aún quedan sacerdotes que practican exorcismos para sacar a los demonios del cuerpo de alguna joven”… “Sí, está muy bien el demonio… en la literatura, pero someter a una joven, además menor, a trece sesiones de exorcismos, me parece de juzgado de guardia. Y es que ahora que se habla tanto de los ultras en el fútbol, el ultracatolicismo hace también mucho daño. Sinceramente, me parece mucho más hermoso pensar que Dios, si existe, es amor que creer que permite a los demonios meterse en el cuerpo de la gente, para amargarles la vida y robarles la salud”.
Es evidente que como católico, no puedo estar de acuerdo con ese artículo. Cualquier persona que haya leído los evangelios, se da cuenta que para Jesucristo la lucha contra el pecado y contra el demonio es algo primordial, hasta el punto que en todos los sinópticos, pero especialmente en Marcos, los exorcismos cualifican la misión de Jesús. Para Él la existencia del demonio y del infierno es una realidad, como vemos en el episodio del Juicio Final: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el demonio y sus ángeles” (Mt 25,41).
La actitud de la Iglesia Católica actualmente frente al exorcismo la encontramos en el Catecismo de la Iglesia Católica nº 1673, que dice así: “Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del Maligno y sustraída a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó (cf Mc 1,25-26; etc.), de Él tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar (cf Mc 3,15; 6,7.13; 16,17). En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la celebración del Bautismo. El exorcismo solemne llamado «el gran exorcismo» sólo puede ser practicado por un sacerdote y con el permiso del obispo. En estos casos es preciso proceder con prudencia, observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia. El exorcismo intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio demoníaco gracias a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia. Muy distinto es el caso de las enfermedades, sobre todo psíquicas, cuyo cuidado pertenece a la ciencia médica. Por tanto, es importante asegurarse, antes de celebrar el exorcismo, de que se trata de una presencia del Maligno y no de una enfermedad (cf. CIC canon 1172)”. Es decir, siempre que haya una explicación natural, hay que descartar la sobrenatural. Pero la existencia del Demonio es una constante en la enseñanza de la Iglesia.
Hace unos años, tuve una conversación con el Padre Pilón, jesuíta ya fallecido y muy metido en el mundo de lo paranormal y lo parapsicólogico. Me dijo: “Pedro, dile a tus alumnas que no jueguen al juego del vasito, porque mi amigo el Doctor X, un conocido psiquiatra de Madrid, está hasta hasta las narices de ese juego, porque tiene la consulta invadida por adolescentes como consecuencia de ello. Y es que pueden liberarse unas fuerzas que no sabemos bien qué son, pero pueden resultar peligrosas”.
En un libro del P. Amorth, exorcista de la diócesis de Roma, he leído: “Satanás tiene también un poder extraordinario sobre el hombre. Con este poder puede ocasionar males... que culminan en la posesión. Estos males están dirigidos a un número muy limitado de personas. Pero hoy este número va en aumento porque, dado que cada vez falta más la confianza en Dios, la gente se entrega al ocultismo, al satanismo, a hacer maleficios o consagraciones a Satanás”. Madrid, Barcelona, Milán han aumentado recientemente el número de exorcistas, mientras otros, como el de Copenhague, se quejan que no dan abasto. Por cierto con frecuencia los exorcismos requieren bastante tiempo y los poseídos pueden ser gente de cualquier edad, incluidos niños víctimas de maleficios y magia negra. Personalmente, confesando este verano fuera de España, en Medjugorje, he tenido varios casos de personas, además de distintos países, que me han expresado su preocupación porque en sus familias, personas cercanas a ellos, han empezado a frecuentar círculos de brujos o sospechosos de satanismo, con sus consecuencias de rupturas de familia y posibles posesiones diabólicas. Por supuesto hay que ser cautos, pero el problema es real. La oración y los sacramentos son los mejores medios para evitar que el diablo pueda hacer presa en nosotros.
P. Pedro Trevijano, sacerdote