Como todo líder, Jesucristo fue sujeto activo y pasivo de encuestas. Pasivo: la gente opinaba sobre él y lo tildaba desde samaritano, endemoniado, loco, subversivo, trasgresor de la ley mosaica hasta rey benefactor, elocuente como ninguno, sincero y franco, auténtico hijo de David, maestro con autoridad, obrador de inéditas maravillas, médico de cuerpos y almas, señor de la vida y de la muerte. Activo: encuestó a sus discípulos sobre lo que la gente decía y ellos mismos pensaban de Él. Respondieron: «dicen que eres Juan Bautista, o Elías, o Jeremías o uno de los profetas». Figuras, todas ellas, enormemente populares, respetadas y queridas por su fidelidad a Dios y su entrega al bien superior de la nación. Pero de ese universo de 72 discípulos sólo uno, Pedro, acertó con la identidad de Jesús: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo». Mucho más que un profeta reformador de costumbres y reivindicador de la Alianza con el único Dios. «¡Eres Dios, Ungido de Dios, Hijo vivo del Dios vivo!». Este único acierto, elogiado y atribuido por Jesús a una revelación del Padre y no a un impulso meramente humano, le valió a Pedro la promesa de ser Piedra de la Iglesia y Llavero del Reino. La fundación y estructuración de la Iglesia no se debió a una fotografía de la opinología ni a una canonización de la mayoría, sino a la fe que uno solo profesó como verdad revelada por Dios.
Lo que la gente y sus discípulos dijeran de Jesús no alteraba en lo más mínimo la conciencia de su identidad y misión. Son frecuentes sus afirmaciones. «Yo soy la Luz del mundo, Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, Yo soy el Pan de Vida; Yo he venido para que tengan abundante Vida, Yo he venido a servir y dar mi vida, Yo he venido a salvar el mundo, Yo he venido para hacer la voluntad del Padre». Cuando Pedro, recién felicitado por acertar con la identidad divina de su Maestro, intenta disuadirlo de hacer la voluntad del Padre que lo lleva a morir en la Cruz, Jesús lo increpa con excepcional dureza: «¡Aléjate de mí, Satanás!»
En el liderazgo cristiano no hay lugar para el camaleón, que cambia de color según la estación o se mimetiza con la ocasión. La meta es una sola y los medios lícitos son los que rectilíneamente conducen a ella. Así se preserva la libertad ante la veleidad: entre la aclamación masiva del Domingo de Ramos y la soledad oprobiosa del Viernes de la Pasión hay sólo 4 días.
El líder cristiano no hace cargar sobre otros el peso de su fidelidad rectilínea. Es a Jesús a quien crucifican, es a Juan a quien decapitan. En eso se diferencia el líder del fanático.
P. Raúl Hasbún
Tomado de Viva Chile. Este artículo fue publicado originalmente por Revista Humanitas, www.humanitas.cl