Leamos con atención el pasaje de Mateo 20, 20-28, y atendamos a la respuesta firme del Redentor a estos seguidores suyos que aún no han purificado su corazón de aspiraciones solo humanas: «¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?»; es decir, Jesucristo les presenta a ello, y a todos los cristianos, que seguir a Él, caminar hacia el Cielo, vivir la Santidad en definitiva....lleva consigo el sufrimiento, el sacrificio, el dolor ofrecido desde el Amor. Cristo les dice, y nos dice, que sólo por la CRUZ se llega a la Resurrección. Y desde entonces Santiago y Juan van a vivir el resto de sus vidas desde el carisma de la mortificación por amor a Dios y al prójimo, lo cual les llevará al martirio físico (a Santiago) y al moral (a Juan). El diablo sufre aquí una gran derrota, pues Cristo, y sólo Cristo, es capaz de invertir los términos «racionales» de una realidad concreta (el DOLOR), pues hace que el sufrimiento, el esfuerzo moral, la Cruz en definitiva, se conviertan en puente hacia la felicidad eterna.
Entonces, ¿qué nos aporta este Evangelio al «hoy y ahora» de los cristianos?: sobre todo es una advertencia ante el camino equivocado que hemos tomado (de forma mayoritaria) al presentar la vida de fe como un recorrido dulzón y emotivo donde cualquier referencia a la cruz queda eliminada, o sutilmente reducida a lo formal, edificando una supuesta esperanza en la que mantener, con la conciencia tranquila (más bien «drogada») todo tipo de pecados graves sin el más mínimo remordimiento moral. Reconozcamos y señalemos algunos efectos devastadores de lo que podría calificarse como «catolicismo dulzón»:
1: Rechazo completo, o casi absoluto, a la doctrina moral de la Iglesia, por considerar ésta «ajena a los signos actuales» o alejada de una realidad que ya es irreversible. Ante ese vacío, cada católico cree que puede decidir, por si mismo, lo que es bueno o malo. En la conciencia personal se desplaza a Dios y se coloca la propia subjetividad a la que se exige respeto y casi adoración. De ahí la expresión de: «La Iglesia no debe INVADIR la conciencia de la persona».
2: Fundamento de la vida cristiana en la completa seguridad de la salvación eterna (desde la herejía luterana de la justificación por la sola fe, asumida por el modernismo). Desde ahí el camino es sólo una sucesión de emociones y sentimientos donde no cabe, ni por aproximación, una ascética que contenga la lucha interior contra el pecado y el compromiso (definitivo, no temporal) por amor a Cristo y a las almas como «tarea» de respuesta a la llamada a la santidad recibida el el bautismo.
3: Re-interpretación de todo el CREDO cristiano no desde la negación del mismo sino desde el diabólico proceso (muy sutil por cierto) de ir poco a poco modificando la enseñanza pastoral y moral de los cristianos para que al finalizar ese itinerario todos los principios verdaderos (y dogmáticamente proclamados y/o integrados en el depósito de la Fe) caigan por si mismos como un castillo de naipes al no ser seguidos ni creídos por la inmensa mayoría de los creyentes. Este tercer efecto es HOY una realidad muy patente e indiscutible. Por ejemplo, ¿cuantos católicos HOY no creen en el infierno, ni en la presencia Real Eucarística, ni en que Cristo sea LA VERDAD (no una verdad)?.....¿Cuantos católicos hoy creen que el sexto mandamiento ha sido derogado y por tanto no hay pecado contra el mismo?....¿Cuantos católicos creen que da igual tener una fe que otras pues todas las religiones son iguales?........¿Cuantos?: posiblemente la mayoría, al menos dentro del entorno occidental.
La reflexión del Evangelio del día de Santiago Apóstol ha de ayudarnos a abrir los ojos a esta deriva profunda en la que ha entrado una sensible mayoría cristiana (el catolicismo dulzón) y a detectar la drogadicción de la conciencia (que vive en una falsa paz) para entrar por el único camino posible de salvación: el camino de la cruz, que lleva implícita la única y verdadera alegría.