Tan vivo está, que dentro de tres o cuatro generaciones el porcentaje de habitantes del mundo que se entienden en español llegará al 10%. Es la tercera lengua más utilizada en Facebook y la segunda en Twitter. Sus galardones mundiales como instrumento de la mejor literatura dan cuenta de la austera belleza de este idioma hecho –como dijera un Rey– para hablarle a Dios.
Acaba de aprobarse en Rusia una ley que prohíbe el uso de lenguaje obsceno en el cine, literatura, teatro, medios de comunicación, conciertos y toda clase de espectáculos públicos. No se trata de censura previa sino de sanción posterior, que será multa de 50 euros para particulares, 90 para funcionarios públicos y hasta 1.000 para personas jurídicas. Los críticos de la normativa alegan que es como prohibir, a los rusos, respirar, porque desde la Unión Soviética hablaban así –obscenamente– los altos dirigentes a sus subordinados, como también los prisioneros del gulag y las mujeres que oficiaban como varones en la segunda guerra mundial.
Los pueblos con patrimonio cultural reaccionan con máxima severidad cuando alguien, sobre todo si es extranjero, raya sus muros y monumentos (si lo sabrán los chilenos que hicieron grafiti en el Cuzco). Similar penalización aguarda a quienes contaminan aguas con petróleo o desechos químicos, o envenenan la atmósfera con gases y partículas contaminantes, o «intervienen» una obra artística que es orgullo nacional. Pero cuando la agresión verbal o gestual (insultos, caricaturas groseras, escupitajos) tiene como blanco a un ser humano, incluso investido de autoridad, súbitamente la condena indignada y castigadora se transmuta en reclamo de sacrosanta libertad de expresión. Así como la misma autoridad protege clamorosamente las especies animales y vegetales mientras busca legalizar la eliminación de seres humanos, así también un indeterminado consenso social valora la impoluta conservación de muros, monumentos, aire, agua y paisaje natural mientras practica, y defiende la impune profanación verbal y gestual de la dignidad humana.
El lenguaje obsceno no es inocuo. Transparenta la basura interior del malhablante y la arroja, como proyectil, en el rostro de su interlocutor. Quien considera a otros, o a todos, como h….de p….y no es capaz de valorarlos sino a partir del tamaño de sus genitales, está listo para propiciar su descarte o eliminación. Cada palabra nuestra impacta la ecología humana. Antes de leer o escribir, se aprende a hablar. Los pueblos que ya no hablan su idioma, y ninguno, entraron al modo «decadencia».
Somos, seamos imagen y semejanza del Verbo divino.