Hermanas y hermanos en Jesucristo:
Hace algunos días un connotado sacerdote dio una entrevista a un canal televisivo. Con toda razón, sus palabras causaron confusión y escándalo en muchos fieles por contradecir abiertamente la enseñanza de la Palabra de Dios y de la Iglesia. Tan falsas fueron sus afirmaciones que no sólo los católicos nos hemos visto en la obligación de rebatirlo, sino que incluso hermanos cristianos pertenecientes a otras denominaciones también se vieron en la obligación de hacerlo.
Quienes hemos recibido la capacidad de conocer la verdad y el don de creer en la doctrina revelada por Dios, sabemos quién es la persona humana y cuál es su dignidad, sabemos con certeza que el matrimonio es indisoluble, fiel y abierto a la vida y que naturalmente es entre un hombre y una mujer, sabemos que el matrimonio así entendido es la base de la familia y, en fin, respetamos y defendemos el derecho humano básico a la vida desde la concepción hasta la muerte natural. Es por ello que ningún creyente puede estar de acuerdo con lo que se ha señalado en la entrevista en cuestión.
Pero, ¿por qué un sacerdote puede estar tan perdido en el error y, a la vez, tener una acogida tan benévola de parte de la televisión? Me atrevo a responder que es por el afán de estar bien con el mundo, es decir, con el poder. El mundo ama al que está con él y odia al que no está con él. Como se quiere ser amado por el mundo, hay que estar de acuerdo con lo que él dice y estar en desacuerdo con lo que él rechaza. Por ello, no es de extrañar que en este caso se apoye el matrimonio homosexual, la comunión de los divorciados vueltos a casar, el debate acerca del aborto, etc. Hoy, en Chile, es la única manera de tener cobertura mediática y recibir el aplauso de los poderosos.
Es por ello que Jesús lanza esta terrible advertencia: «¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de ustedes!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas»(Lc 6,26). El que contradice la verdad y se empecina en el error recibe la aprobación del mundo y su«príncipe (Jn 12,31), el «padre de la mentira»(Jn 8,44), es decir, el demonio. En cambio, dice Jesús:«Si ustedes fueran del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no son del mundo, porque yo al elegirlos los he sacado del mundo, por eso los odia el mundo» (Jn 15,19).
Los cristianos, por el testimonio de la verdad, tenemos la misión de ser luz y sal del mundo: «Ustedes son la sal de la tierra» (Mt 5,13). Esa es la vocación de todo bautizado y de todo sacerdote. «Pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y ser pisoteada por los hombres» (Mt 5,13).
+Francisco Javier Stegmeier Sch.
Obispo de Villarrica