Lenta pero firme hay una labor de zapa con piqueta que intenta reducir hasta su extinción lo que supone la formación religiosa en el currículum escolar de nuestros alumnos. Quizás el color de la piqueta sea el mismo, que se enroca y pervive bajo siglas distintas dentro del ministerio o consejería de turno. Mas no cambia en su intención de socavar la formación en clave religiosa en las distintas leyes de educación.
Se ningunean algunos datos imponiendo lo que contradice la demanda del pueblo al que dicen servir. Dos de cada tres alumnos en España eligen por sí mismos o por la legítima opción de sus padres, que esa asignatura de religión sea cursada. Les ampara el derecho constitucional de educar a sus hijos según sus propias convicciones morales, lo cual queda refrendado en los Acuerdos Iglesia-Estado respecto de la enseñanza de la religión católica. Por ese rasero también pasan las demás confesiones religiosas reconocidas en nuestro país.
De un lado la beligerancia excluyente de unos, que por encima de derechos de padres y de acuerdos internacionales no cejan en su goteo perforador para terminar con lo que ellos consideran una intrusión en los planes de estudios invocando el carácter privado que ellos imponen a la religión; de otro lado el susto acomplejado de otros que piensan que para no ser etiquetados de serviles beaturrones lo mejor es un par de flis-flis de spray progre para dar la impresión de que también ellos toman distancia del inexistente dictado eclesial.
Pero no estamos añorando con pataleta nostálgica haber perdido presuntamente privilegios, prebendas y poder. Algunos entienden el poder sólo en sustantivo: poderío, y no vislumbran siquiera lo que significa como verbo: posibilidad. No queremos el poder del poderío que a nadie queremos arrebatar, pero sí que denunciamos que en nombre de la beligerancia laicista o del acomplejamiento laicista, se conculquen derechos fundamentales de padres y alumnos, se incumplan acuerdos internacionales, y se haga caso omiso de una demanda real que tiene el marchamo de más del 70%.
No queremos usar la escuela para dar catequesis. Esta se da en las parroquias y en la familia. Pero la religión, además de su dimensión interna que hay que acompañar con pedagogía, abierta a la gracia de Dios, con celebraciones litúrgicas y sacramentales, goza de una dimensión histórica, social y cultural que es la que se está privando por los beligerantes y acomplejados con sus piquetas del mismo color laicista.
Pertenecemos a una historia que con sus claroscuros, es una historia cristiana. Ha sido capaz de abrir caminos, levantar ciudades, escribir leyes y derechos; ha construido catedrales, universidades y hospitales; ha compuesto música de todos los tiempos; ha escrito literatura de la que no caduca; ha salido al paso de carencias y necesidades tejiendo una red de solidaridad insuperable; ha vendado heridas, ha superado divisiones, ha construido un pueblo que tiene identidad y cultura propias. Y ha cometido fallos y pecados, de los que sabe pedir perdón.
Esta historia y cultura es lo que está censurándose. Tantos profesores de religión van al paro, los padres se sientan engañados y los niños y jóvenes estarán desarmados en la una ignorancia manipulable a favor de quienes se empeñan en reescribir la historia: censurando la de siglos para imponernos la suya. Algo nada casual ni inocente. Gracias a nuestros profesores de religión, a los padres y madres, a los alumnos, por ejercer con sensata y heroica rebeldía su derecho y su deber de cursar la asignatura de religión.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo