“No sé si eran reyes, no sé si eran tres, lo más importante es que fueron a Belén”. Este estribillo navideño refleja de forma sencilla la fiesta litúrgica que acabamos de celebrar los cristianos, la solemnidad de la Epifanía del Señor. El evangelio afirma que unos magos o sabios de Oriente acudieron a adorar al Niño Jesús, siguiendo una estrella. La tradición se ha encargado de aplicarles el título real, debido al anuncio del Antiguo Testamento (“Se postrarán ante ti todos los reyes de la tierra”), de contarlos y de ponerles los nombres. Así representarían a todos los pueblos paganos reconociendo al Mesías nacido aquella noche. Lo que pasó después varía según las tradiciones, y la más importante los sitúa más tarde como obispos mártires, cuyos restos llegaron en la Edad Media, tras muchas peripecias, a la ciudad alemana de Colonia, donde reposan en su catedral, levantada con motivo de las peregrinaciones para ver a Melchor, Gaspar y Baltasar.
Precisamente sobre el intento del robo de estas reliquias versa la novela “Mercado de espejismos”, con la que el escritor español Felipe Benítez Reyes consiguió, hace justamente dos años, el premio Nadal. En ella hace una hábil parodia de todo el subgénero literario –que tanto abunda en la actualidad– de novelas de tintes históricos y cuasi-esotéricos que giran en torno a la religión cristiana, ya sea con manuscritos perdidos, sociedades secretas, reliquias misteriosas o conspiraciones vaticanas. Pero no quiero hablar sobre este libro, sino que me da pie para dejar por escrito mi perplejidad hace un escrito que he encontrado estos días en la prensa digital, y que versa precisamente sobre los personajes a los que conocemos como los tres Reyes Magos.
Aún a riesgo de hacerle a ese extraño texto más propaganda de la que merece, creo que no puedo desperdiciar la ocasión de mostrar las ideas desde las que se mueven algunos representantes del mundo de la nueva religiosidad, sobre todo los que pululan en los ambientes del esoterismo difuso. En concreto, el articulillo ha sido publicado en el diario mexicano El Siglo de Torreón, está firmado por un tal William Palencia, y se titula “Los tres alquimistas”. En él, se comenta el sentido profundo (o, más bien, oculto) de los dones de los magos a Cristo, de la siguiente manera: “Baltasar le entregó todo el oro que había logrado transmutar en sus incesantes purificaciones internas; sabía Baltasar que el verdadero alquimista es el que transforma el plomo grosero de la personalidad en el oro puro del espíritu. Siguió Gaspar y le entregó los pensamientos puros que da el incienso y que son necesarios para realizar la gran obra y luego Melchor le entregó la mirra, símbolo de la justicia divina, con el que las santas mujeres preparan el cuerpo del maestro para el ascenso de las tres montañas, muerte, resurrección y ascensión”.
Es decir, que ahora nos encontramos a los sabios antiguos convertidos en alquimistas medievales, dedicados a la transmutación de sustancias. Todo se interpreta en clave simbólica. Si seguimos leyendo, encontramos cosas como ésta, que son difíciles de comprender, la verdad sea dicha: “Alquimia es alta química. No puede un científico transformar el plomo en oro, porque es un problema sexual”. ¿Sexual? ¿Y eso? La explicación es ésta: “Sólo el hombre que ama con pensamientos puros y elimina de su psiquis los egos o pecados capitales, puede transmutar la personalidad egoísta en la pureza del ser”. Entendido... ¿o no?
Poco más adelante encontramos la respuesta a nuestras dudas. ¿Quién puede decir estas cosas, y en qué se basa? Leemos: “Sólo los verdaderos alquimistas, los gnósticos, que con pureza de corazón, humildad, férrea voluntad, e infinito amor han podido ver nacer en la intimidad de su corazón al niño de oro de la alquimia”. ¡Ah, los gnósticos! Pero no aquellos de los inicios del cristianismo, que tantos quebraderos de cabeza dieron a los Padres de la Iglesia, como san Ireneo de Lyon, que tuvo que escribir su célebre tratado Adversus haereses. No. Éstos son los gnósticos que desde hace varias décadas se han extendido, sobre todo, por Iberoamérica, continuando las enseñanzas del colombiano Víctor Manuel Gómez Rodríguez, autodenominado esotéricamente Samael Aun Weor.
No son imaginaciones mías. El mismo artículo lo confirma, cuando señala que en la historia ha habido “verdaderos alquimistas que sí alcanzaron la piedra filosofal”, y entre ellos cita a Samael. Ellos “siguieron los pasos de Baltasar, Gaspar y Melchor y de un cuarto mago que era pobre y llevó una hermosa flor, un regalo digno de la paloma más pura del espíritu”. Vamos, que ahora eran cuatro. Aunque no sepamos la fuente de donde se ha tomado a este cuarto adorador del Niño Jesús.
Y lo mejor está por llegar, en la conclusión del artículo. Aquí va el fragmento entero. “En un páramo de los andes [sic] suramericanos se reúnen los alquimistas de la actualidad desde Suiza hasta la Patagonia, a rendirle tributo al niño Dios. Vienen científicos, religiosos, artistas y filósofos a entregarle pensamientos puros, justicia y todo el oro transmutado al hijo del hombre que mora en sus corazones. La verdadera felicidad es tener a Dios adentro. Se ha dicho que la alquimia se logra amando a una sola mujer sin pasión y sin lujuria y sin perder la simiente. Se ha dicho también que el Cristo se desdobla en el Cristo íntimo particular de cada ser cuando ha honrado a su padre y a su madre divina para darle forma al hijo del hombre”.
Justo. La magia sexual, el corazón de la doctrina samaeliana. Lo que determina todas sus enseñanzas y sus prácticas. Esto es, en el fondo, lo que simbolizan los Reyes Magos: el coito sin llegar a la eyaculación. Creo que esta interpretación no necesita demasiados comentarios. Es, desde luego, una verdadera transmutación, y que se ha alejado sobremanera del episodio narrado por los evangelios... y de cualquier tradición posterior. Y resulta que la epifanía sigue sucediendo en la actualidad, precisamente en un lugar indeterminado, para realizar la magia sexual y, de esta forma, adorarse cada uno a sí mismo. O mucho me equivoco, o esto es lo que se dice. La historia se ha transformado, y sin visos de racionalidad alguna. La verdad es que me han cambiado a los Reyes Magos. Acción Digital
Luis Santamaría del Río, sacerdote