Tal vez quienes redactaron nuestra Constitución no tuvieron «en cuenta» esta exuberancia semántica cuando impusieron al Presidente de la República la obligación, cada 21 de mayo, de «dar cuenta al país del estado administrativo y político de la Nación, ante el Congreso Pleno». De allí que no sea fácil reprochar, al titular de esta obligación, el darle el significado que le salga «más a cuenta». Sólo cabe exigirle que se ajuste al sentido primero y obvio de la palabra «estado»: situación en que se encuentra alguien o algo. Mandantes, contralores, inspectores, contadores; emprendedores «por cuenta propia» para generar empleo y riqueza y que tal vez por eso no fueron «tomados en cuenta» una sola vez en el léxico presidencial dan por sentado que sus mandatarios, fiscalizados, contribuyentes, acreedores o clientes les reportarán datos objetivos, rigurosamente documentados y verificables: no estados de ánimo ni promesas expresivas de piadosos deseos. Se trata, conviene repetirlo, del estado «de la Nación», cuyo gobierno y administración, orden interior y seguridad exterior han sido confiados al «Jefe del Estado». Tales parámetros excluyen, en la cuenta del 21 de mayo, la autorreferencia, la autorrecomendación y la autoexaltación.
Cuando el titular de facultades tan incisivas y con frecuencia invasivas del tejido social y del patrimonio personal apela, en su cuenta, al argumento de «ustedes me conocen», y pretende respaldarlo con un categórico autoelogio («yo siempre impulso políticas a favor de la gente»), el sentido del solemne acto republicano queda distorsionado y se abre la puerta a una autoconcesión de crédito que nadie admitiría en el mundo del emprendimiento real. Ni siquiera Jesucristo condicionó la adhesión de los suyos a un creerle a ciegas: «si no me creen a mí, crean al menos en las obras que yo hago, ellas dan testimonio de mí». Podía decirlo, porque todas sus obras fueron a favor de la gente. Sólo Él puede decirlo. Y sólo Él prometer con absoluto poder y certeza de cumplir.
La cuenta del 21 de mayo incluyó una promesa: autorizar la violación del primer derecho constitucional. Nos opondremos pacíficamente: con las «cuentas» del Rosario.
Este artículo fue publicado originalmente por Revista Humanitas