Con ocasión de la muerte de Luis Aragonés, se ha publicado que en San Mamés una parte del público se dedicó a silbar y a cantar canciones en vasco, mientras por su parte la Real Sociedad, a pesar de jugar contra el Atlético de Madrid, sus jugadores no llevaban lazos negros. El primer gesto demuestra una falta de humanidad y el segundo una ausencia de educación elemental en quien decidió semejante cosa. Y es que el nacionalismo exacerbado lleva a ambas cosas.
Hoy no pretendo hablar de terrorismo, Simplemente quisiera ver donde lleva el nacionalismo exacerbado, o para no pronunciar esa palabra tan difícil, el nacionalismo exagerado. Es evidente que «la opción nacionalista, como cualquier otra opción, no puede ser absoluta. Para ser legítima, debe mantenerse en los límites de la moral y de la justicia» (Conferencia Episcopal Española, Valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias, XI-2002, nº 31). Por supuesto que «la Iglesia reconoce, en principio, la legitimidad de las posición es nacionalistas que, sin recurrir a la violencia, por métodos democráticos, pretenden modificar la unidad política de España. Pero enseña también que, en este caso, como en cualquier otro, las propuestas nacionalistas deben ser justificadas con referencia al bien común de toda la población directa o indirectamente afectada… Es un bien importante poder ser simultáneamente ciudadano, en igualdad de derechos. ¿Sería justo reducir o suprimir estos bienes sin que pudiéramos opinar y expresarnos todos los afectados?» (CEE, Orientaciones morales ante la situación actual de España, 23-XI-2006, nº 73). «Pretender unilateralmente alterar este ordenamiento jurídico en función de una determinada voluntad de poder, local o de cualquier otro tipo, es inadmisible. Es necesario respetar y tutelar el bien común de una sociedad pluricentenaria» (CEE, Valoración moral…, nº 35).
Creo además que es muy difícil para el presunto nacionalismo moderado no transformarse en nacionalismo exagerado. Con frecuencia los partidos nacionalistas han tratado de aprovecharse para sus fines del terrorismo y sus crímenes. Nunca se ha desmentido claramente la frase atribuida a un muy conocido político vasco: «Unos agitan el árbol y otros recogemos las nueces», o los intentos de que el peso de la ley y de la justicia no caigan sobre los dirigentes filoetarras, porque para ellos nunca es el momento oportuno para detener a un comando. Todavía me queda por oír a los principales dirigentes nacionalistas unas palabras de solidaridad con las decenas de miles de vascos que han tenido que coger, muy a su pesar, el camino del exilio para evitar que les suceda algo peor. Uno no puede por menos de pensar que para la mentalidad de estos actuales dirigentes, como son votos no nacionalistas, esta gente es mejor que se vaya y así seguiremos ganando las elecciones. Como señalaba Julián Marías es inútil tratar de satisfacer al que por definición se declara insaciable y por ello el diálogo con ellos es imposible, porque lo entienden simplemente como una permanente cesión de la otra parte. No nos olvidemos que un demócrata reconocido como Lincoln no aceptó que los Estados Confederados del sur se autodeterminasen sin el acuerdo de la unidad fundacional originaria: los Estados Unidos de América.
Desde el punto de vista religioso, como nos recuerda el hoy cardenal Fernando Sebastián, la Iglesia tiene que denunciar y condenar la violencia, y debe al mismo tiempo recomendar y apoyar lo que favorezca la reconciliación. Pero no debe olvidar que las ideas y análisis marxistas no son verdaderos ni justos, ni sirven para fomentar la libertad y la prosperidad de los pueblos, sino que, por el contrario, llevan al totalitarismo y a la tiranía. Ningún proyecto político puede ocupar el lugar de Dios y justificar el atropello de los derechos de nadie. Monseñor Munilla recordaba este 31 de Enero que «al perder la fe, algunos han cambiado la Patria del Cielo por una patria de ‘plastilina’ o de ‘papel de fumar’ (me refiero a todo tipo de nacionalismos exacerbados, que tanto daño hacen a la paz del mundo… (La confrontación predominante en el siglo XX «capitalismo-comunismo»; se sustituyó por otra: hutus-tutsis, serbios-bosnios, palestinos-judíos, irlandeses-ingleses, los míos y los tuyos… ¡¡¡¡y «algo» sabemos también nosotros de esto!!!)». Ciertamente no es la única causa de descristianización, pero no cabe duda que es una de ellas.
Para Mons. Munilla la aportación del Cristianismo a la causa de la paz es ésta: «Nosotros fundamos la paz en un paternidad común (Dios es Padre de todos, María es madre de todos los pueblos y culturas) Por ello, creemos en una fraternidad, no solo solidaridad. Amor, no solo tolerancia. Es decir, fundamos la paz en la fraternidad, y la fraternidad en la filiación divina de Jesucristo» .
Pedro Trevijano, sacerdote